Quien la hace,
la paga
He
contemplado siempre con cierta envidia el pragmatismo con el que se comporta la
sociedad francesa. Nuestros vecinos no tienen ningún problema en castigar
fuertemente al gobierno, sea del color que sea, cuando ha adoptado políticas
antisociales. Aquí, en España, somos más fundamentalistas. Los ciudadanos a
menudo se sienten ligados por una especie de vínculo estable a las siglas de un
partido y les cuesta cambiar el voto aunque se sientan defraudados por sus
actuaciones. No obstante, parece que en esta ocasión ha sido diferente y han
estado dispuestos a sancionar duramente al partido socialista.
El
PP, CiU y alguna otra formación política han echado
las campanas al vuelo y se han presentado ufanos por los éxitos electorales
cosechados. Es normal que estén alegres, pero no lo es tanto que se hinchen
cual pavos reales, ya que los buenos resultados obtenidos no se deben tanto a
sus méritos como a los errores del PSOE. Una vez más, no se ha votado “a favor
de” sino “en contra de”.
Ciertamente,
el gran ganador de las elecciones ha sido el PP, lo cual es lógico con una ley
electoral que propicia el bipartidismo. En la mayoría de las circunscripciones,
el PP era la única alternativa posible para castigar al PSOE, tanto más cuanto
que Izquierda Unida había proclamado que no permitiría por acción u omisión que
gobernase el PP. En estas circunstancias muchos ciudadanos podían pensar que
votar Izquierda Unida equivalía en el fondo a terminar apoyando al PSOE. Eso
explica que, a pesar del derrumbamiento del partido socialista, Izquierda Unida
haya crecido poco. La ley electoral castiga fuertemente su ascenso, pero
tampoco le beneficia que, presa de un cierto fundamentalismo de siglas, la
población perciba la coalición como la muleta del PSOE cuando este se encuentra
en dificultades y como algo inútil cuando el partido socialista está en sus
mejores momentos.
Alguien
podría extrañarse de que el PP haya sido precisamente el beneficiario puesto
que tiene su parte de culpa, parte muy importante, en la génesis de
El
segundo factor es la gestión que los gobiernos de Zapatero han hecho de la
crisis, y ahí sí que la responsabilidad recae exclusivamente sobre ellos. No
solo es que en el año 2004 no vislumbrasen la llegada de la crisis, es que
tampoco se enteraron, o no quisieron enterarse, en el 2008 cuando ya estaba
encima. Durante los primeros años de la crisis, practicaron las políticas más
erráticas, a base de ocurrencias y adoptadas con grandes dosis de frivolidad.
La escasa preparación de los miembros del Gobierno fue percibida en el
extranjero, concretamente en Europa, y aprovechada por países como Alemania
para manejarlos como títeres a favor de sus intereses y presupuestos
ideológicos. Tanto el presidente del Gobierno como el resto de su gabinete no
supieron, aun cuando tenía argumentos disponibles, articular un discurso
sólido, apto para ser contrapuesto al de
El
giro ideológico fue tan estrepitoso que les dejó en una postura totalmente
desairada y anclados en el mayor de los ridículos, al tiempo que la economía
española quedaba desarmada y expuesta a las continuas presiones alemanas. Lo que
los electores no han perdonado a Zapatero y a sus ministros fue que comenzasen
a defender el nuevo credo con la furia de un converso y, en especial, que se
hiciese recaer el coste de la crisis únicamente sobre las clases más
desfavorecidas. Aun cuando se aceptasen los imperativos alemanes, nadie
obligaba a realizar el ajuste fiscal mediante la reducción de los gastos y el
incremento de los impuestos indirectos, sin tocar apenas los tributos
progresivos.
El
Gobierno se ha negado reiteradamente a utilizar la fiscalidad para que el coste
de los ajustes incidiese sobre los que se habían beneficiado de las vacas
gordas, y que en su mayoría eran los responsables de la crisis, y todo ello a
pesar de que los problemas presupuestarios derivaban en buena medida de las
tres últimas reformas fiscales acometidas, dos por el PP y una por el PSOE.
La
población ha seguido la tendencia francesa de castigar a quien la hace, sin
importar las siglas. Es un buen hábito democrático y un aviso para los que hoy
festejan