Esperanza
es cojonuda
Montesquieu
estableció la división del poder como garantía de democracia. Si fuera tan sólo
por ese criterio, España estaría a la cabeza de todas las democracias. El poder
político está en extremo dividido. Bien es verdad que no se trata de la
división clásica entre ejecutivo, legislativo y judicial, sino en el campo
territorial; tan es así que resulta casi imposible realizar una política activa
contra la crisis.
El
portavoz de Convergencia i Unió tenía razón cuando en el Debate sobre el estado de la nación
criticaba a Zapatero por invitarles a una fiesta que tenían que pagar ellos, al
menos parcialmente. Es decir, le achacaba que disparaba con pólvora ajena, la
de las Autonomías. Pero es que en realidad el Gobierno central se ha quedado
sin pólvora, sin competencias, impotente. Por lo que se ve, tampoco es posible
una acción coordinada, ya que en cuanto el gobierno territorial es de signo
contrario al central está cantada la oposición.
Aun
cuando no se tenga una buena opinión de las medidas propuestas por Zapatero en
el Debate sobre el estado de la nación, chirría y es patética la postura
adoptada por la presidenta de la Comunidad de Madrid de aprobar una serie de
medidas opuestas a las del presidente del Gobierno. Más que medidas contra la
crisis parecen medidas contra Zapatero. Da la impresión de que su finalidad se
reduce a diferenciarse y a situarse en sus antípodas.
Aguirre
en la rueda de prensa, en la que no se la vio muy ducha en la terminología, de
modo que tenía que consultar continuamente con su segundo, González, se
empeñaba en explicar las razones de las medidas, con lo que quedaba demostrado
que en realidad no había razones, excepto la de oponerse al Gobierno central.
Afirmó en tono doctoral que a ella no le gustaban las ayudas directas, sino las
desgravaciones y las exenciones fiscales. Parece ignorar que las minoraciones
de ingresos son tan gastos (gastos fiscales) como las ayudas directas, sólo que
presentan grandes desventajas frente a éstas.
En
primer lugar, su capacidad para incentivar es muy reducida, sobre todo cuando
se trata de influir en macromagnitudes tales como el
ahorro y la inversión. El único resultado que se logra es el de trasladar los
recursos, según las ventajas fiscales, de una a otra forma de ahorro o de una a
otra inversión, pero sin modificar significativamente las cantidades globales
destinadas a estas magnitudes.
En
segundo lugar, al no estar explicitados en el presupuesto, los gastos fiscales
tienden a consolidarse en mayor medida que las partidas de gastos propiamente
dichas. Cada año se parte de las posiciones anteriores para incrementarlos,
rara vez para reducirlos. Una vez consolidados, pierden la poca eficacia que
pudieran haber tenido los primeros años.
En
tercer lugar, al estar difuminados como una reducción de los ingresos, pasan
desapercibidos sin sufrir para su concesión los rígidos controles de otros
tipos de gastos y, lo que es más importante, en muchos casos se desconoce una
cuantificación adecuada de su coste. Es materia propicia para sufrir un cierto
espejismo. Todo el mundo considera los teóricos beneficios que se pueden
obtener, pero no se contraponen al coste de oportunidad que comportan ni a los
resultados que se producirían si se dedicasen esos recursos a otros objetivos.
En
cuarto lugar, son de muy difícil control e incrementan las vías de fraude. Los
requisitos que se imponen a cada una de las exenciones, deducciones o
bonificaciones en aras de conseguir el objetivo para el que se han aprobado
resultan en muchos casos imposibles de comprobar, sobre todo cuando, como
ocurre en la mayoría de los sistemas fiscales modernos, las medidas afectan a
un gran número de contribuyentes. La generalizada evasión que posibilitan hace
que se incremente y multiplique gratuitamente el coste de las medidas.
Por
último, y quizás más importante, los gastos fiscales son regresivos porque de
ellos se benefician especialmente las rentas altas, y tanto más regresivos
cuanto progresivos sean los impuestos que minoran. Pero tal vez esto no sea una
desventaja para la presidenta de la Comunidad de Madrid, sino una enorme
ventaja. No me extraña que concite la admiración del poder económico y que el
patrón de patrones en un arranque de entusiasmo irrefrenable y cuando pensaba
que no le oía el público prorrumpiese en un “¡Esperanza es cojonuda!”.