Los
países de nuestro entorno
Es posible que una de las expresiones más
escuchadas estos años en el lenguaje político haya sido la de "los países
de nuestro entorno". Con ella los gobiernos de turno han pretendido
justificar las medidas más reaccionarias y antipopulares. Poco a poco, vamos
descubriendo que en esto también ha proliferado el engaño, porque, aun a pesar
de la ola de conservadurismo que en las dos últimas décadas embarga Europa,
ojalá nos asemejásemos en materia social y económica a los países de nuestro
entorno.
Los trabajadores de los países de nuestro
entorno reciben mejores salarios y los empresarios menores beneficios. La
presión fiscal de nuestros vecinos es considerablemente mayor, y mayor también
la porción de PIB que destinan a gastos sociales. La mayoría de los países de
nuestro entorno han desregulado la economía en menor medida que nosotros, y han
realizado bastantes menos privatizaciones que nuestro país.
Se nos dijo que había que hacer tales y
cuales cosas para parecernos a los países de nuestro entorno, y ahora
descubrimos que es al revés. Nuestro gobierno, como presidente de turno de la
UE, pretende dar lecciones y se esfuerza porque los otros estados copien las
gloriosas reformas realizadas en España. Menos mal que no le hacen
demasiado caso.
Nos enteramos de que en Francia el
suministro de energía eléctrica continúa siendo público, cuando en España
gozamos de la ventajosa condición de tener un oligopolio, mas bien monopolio,
privado, y que en Italia aun no existe el despido libre, despido libre del que
los empresarios disfrutan en nuestro país desde hace más de 20 años.
En Italia un millón de personas se
manifiestan para que el corrupto Berlusconi no reforme el mercado laboral. El Chevalier, al tiempo que modifica la legislación
para evitar ser procesado, pretende cambiar también las leyes laborales con
objeto de que los empresarios puedan despedir libremente a los trabajadores,
aun cuando no exista ninguna causa. Porque he aquí que, hoy por hoy, en Italia
no ocurre como en España. En Italia cuando un tribunal decreta que el despido
es improcedente, es decir no tiene justificación, el empresario está obligado a
readmitir al trabajador. En España no. En España a pesar de esa cantinela que
los gobiernos y empresarios tienen tan bien aprendida de que nuestro mercado
laboral es muy rígido, más que en los países de nuestro entorno, lo
cierto es que el despido libre existe desde hace bastante tiempo. Un empresario
puede despedir a un trabajador simplemente por que le da su real gana.
Los poderes económicos repiten una y otra
vez que el despido en nuestro país es muy caro (33 días de salario por año
trabajado). Se olvidan de que esta indemnización no es aplicable a cualquier
despido. Comencemos por recordar que la tercera parte de los contratos son
temporales, es decir, que las empresas disponen de un colchón holgado, un
tercio del mercado laboral, para poder realizar el ajuste en caso de crisis o
de necesidad, con coste cero. Pero es que, además, tampoco todos los contratos
indefinidos tienen derecho a que se les indemnice por despido. Carecen desde
luego de indemnización cuando el despido resulta procedente, es decir
disciplinario; y su cuantía es muy reducida cuando existe lo que se llama una
causa objetiva, causa objetiva que en las sucesivas reformas se ha transformado
en un cajón de sastre en el que cabe todo.
¿Qué despido es entonces caro? En todo caso,
(si es que se puede llamar caro a una indemnización de 33 días por año
trabajado) nos estamos refiriendo a aquel despido que un tribunal ha calificado
de improcedente, a aquel que carece de toda justificación y obedece, por tanto,
exclusivamente al capricho del empresario. Es decir, a un despido que no
tendría que existir, que lo lógico y racional sería, que al igual que ocurre
hasta ahora en Italia, estuviera prohibido.
Únicamente la deformación mental ocasionada
por muchos años de hegemonía del pensamiento neoliberal puede inclinarnos a
creer que lo normal es lo de España y que es el mercado laboral de Italia el
que necesita de reforma. Sólo una concepción darvinista de la economía y
despótica de las empresas pueden conducir a que un diario español, en tono
paternalista, se atreva en su editorial a considerar a ese millón de
manifestantes italianos unos ilusos que desconocen lo que de verdad les
interesa. Es la misma concepción que hace que se contemple pasivamente y sin
demasiada extrañeza que un gran banco mantenga, durante trece años, ocultos en
un paraíso fiscal, muchos miles de millones de pesetas.