Año
2006, continuidad en economía
Si por algo se ha caracterizado la realidad económica en el año 2006 es
por su carácter continuista, no solo con respecto al año anterior sino también
al último decenio. Por eso resulta enormemente irónico que el Gobierno y
fuerzas afines se vanaglorien de ella, o que la oposición se esfuerce por
menoscabarla. Ni este Gobierno puede apuntarse los éxitos (los buenos
resultados comenzaron hace tiempo) ni el PP y sus congéneres pueden valerse de
las incertidumbres y peligros, ya que estos también estaban presentes cuando
gobernaba.
La continuidad en
esta materia no puede extrañarnos, aun cuando los gobiernos sean de signo
contrario, puesto que en la orientación de la política económica importa cada
vez menos quién forme el Ejecutivo. Gran parte de ella, incluyendo la política
monetaria, está determinada por Bruselas; otros aspectos se encuentran
descentralizados en las Autonomías, sin que se pueda practicar una política
unitaria y uniforme; y en cuanto al resto, tanto el PP como el PSOE han
decidido que en la mayoría de los temas el Gobierno se inhiba a favor de la
iniciativa privada y de esa teórica competencia.
A pesar del
triunfalismo del discurso oficial en materia económica, la botella no está por
completo llena, sobre todo cuando prescindimos de medias o analizamos lo que
hay detrás de las variables macroeconómicas. Sin duda es cierto que la tasa de
crecimiento de la economía española puede considerarse satisfactoria y que es
superior a la de la mayoría de los países europeos. Pero resulta imprescindible
poner esta variable en relación con el total de la población, que ha aumentado
por efecto de
Incluso la renta per cápita dice muy poco a la mayoría de los ciudadanos.
Lo que les interesa es su propia renta, que puede alejarse mucho de la media
cuando la distribución es deficiente. La incorporación de los emigrantes a la
producción ha venido acompañada de una contención -más bien diríamos reducción en términos reales- de los salarios, de tal manera que ese aumento del crecimiento, y por lo
tanto de la riqueza nacional, ha ido destinado a muy pocas manos: a las
empresas y a las rentas de capital. Los trabajadores, lejos de beneficiarse de
este crecimiento, han perdido poder adquisitivo. La economía ha ido boyante
para algunos; para otros -la mayoría- el saldo ha sido mayormente negativo.
Hoy, el discurso
oficial, al igual que en su día el del Gobierno del PP, se vanagloria del
superávit presupuestario. También aquí la botella está medio llena o medio
vacía. En la buena marcha de las finanzas públicas, algo sin duda tiene que ver
el hecho de que determinadas actividades, especialmente inversiones, que hace
años estaban en el presupuesto, hoy capean a su margen en función de mil
triquiñuelas, como colocarlas en entes públicos o ese último invento de las
entidades público-privadas. También habrá que tener en cuenta que nos
encontramos en la parte alta del ciclo; pero, sobre todo y esto es lo principal,
poco importa que no se endeude el sector público si la contrapartida es el
endeudamiento de las familias.
El endeudamiento
de las familias ha llegado a límites jamás conocidos. Y es significativo que
aquellos que consideran nocivo todo déficit del sector público resten
importancia al déficit y consiguiente endeudamiento de las familias. Sin
embargo, los efectos macroeconómicos vienen a ser los mismos: traslado de la
carga a las generaciones futuras e impacto sobre el sector exterior, cuyo saldo
es el realmente relevante para la economía, la inflación y el crecimiento. En
los momentos actuales, el déficit en la balanza por cuenta corriente ha
conseguido batir todos los récords, incluso ha superado los niveles alcanzados
en los primeros años 90 antes de las cuatro devaluaciones. Aun después de la
reducida mejoría experimentada por la normalización de los precios del petróleo
y la reactivación de las economías europeas, las cifras continúan siendo
inquietantes.
El año 2006, al
igual que los anteriores, viene enmarcado por una mejora de la economía
nacional; mejora que solo se ha
materializado para algunos, y de la que han estado ausentes la mayoría
de los ciudadanos; mejora en todo caso fundada en un crecimiento a crédito que,
de no ser ciertas las hipótesis keynesianas, tal como sostiene hoy el discurso
económico oficial, antes o después deberemos pagar. Lo que puede ocurrir es
que, entonces, terminen pagando precisamente aquellos que ahora apenas se han
beneficiado.