Irak y el
principio de no intervención
Es
sabido que la realpolitik asume el principio de que
el fin justifica los medios. La máxima es en extremo discutible y, de hecho, ha
sido condenada por casi todas las morales, ya que bajo su influjo se ha
cometido toda clase de desmanes. Aun desde una posición cínica y aceptando este
principio, es difícil encontrar una finalidad que pudiera justificar los medios
empleados en la guerra de Irak. Las secuelas hablan por sí solas. Más de 100.000
iraquíes y 4.700 soldados de la coalición, muertos; cerca de 800.000 millones
de dólares gastados; un país destruido en lo material y desarticulado en lo
social, y no hace falta relatar, por haber aflorado continuamente a la prensa,
las atrocidades cometidas.
Pero,
con todo, lo más terrible de esta contienda es su inutilidad y la carencia de
cualquier finalidad. Ni Sadam tenía armas de destrucción masiva ni se ha
combatido el terrorismo ni se ha instaurado
Deberíamos
preguntarnos, no obstante, si el caso de Irak es tan insólito, o es simplemente
el extremo de un conjunto mucho más amplio, todos con características parecidas.
¿Acaso en Afganistán no se están produciendo las mismas atrocidades y el
resultado no va a ser similar? El aspecto formal, al que se agarra por ejemplo
Zapatero, de que la ocupación se ha realizado bajo los auspicios de la ONU no
cambia sustancialmente el problema. Mientras el Consejo de Seguridad continúe monopolizado por cinco países con
derecho a veto, este organismo no tendrá ninguna legitimidad. En realidad, la
única diferencia estriba en que si bien países como Francia o Rusia se
opusieron a la invasión de Irak, en Afganistán, impresionados por la masacre de
las torres gemelas, dieron su aquiescencia. Por otra parte, es difícil recurrir
a la ONU cuando Israel incumple todas sus resoluciones.
Si
analizamos los conflictos en los que ha mediado eso que se ha dado en llamar la
comunidad internacional, descubriremos que la gran mayoría de las
intervenciones han resultado un fracaso, dejando los
países respectivos en peores condiciones que al inicio de
El
fracaso de la ocupación de Irak, reconocido hoy de forma casi unánime, podría
hacer reflexionar acerca de si no sería mejor retornar al principio de no
intervención. Sin duda, el panorama internacional no ofrece muchos datos para
el optimismo: dictaduras, violación de derechos humanos, guerras, pueblos
oprimiendo o masacrando a otros pueblos; pero hay que dudar seriamente de que
las intervenciones u ocupaciones extranjeras arreglen algo; bien al contrario,
puede ser que empeoren la situación y, desde luego, hay que rechazar su
legitimidad en tanto no exista un orden internacional que pueda tenerse por tal
en lugar de la imposición de cinco naciones, por importantes que sean.