El laberinto de la migración

El problema es de difícil solución. Hunde sus raíces en la más atroz desigualdad, una isla de opulencia rodeada por todas partes de hambre, miseria, enfermedad y muerte. Los profetas de la globalización son incapaces de prever las consecuencias del sistema que están construyendo. Nada más grotesco que esa apelación constante al efecto llamada que acaba de reiterar Rajoy. Lo que fundamentalmente se produce es un efecto expulsión, huida de un inframundo, del que se pretende salir a cualquier precio, incluso pagando con la vida en el Estrecho. No hay medidas capaces de contener esa corriente.

¿Cuántas leyes de extranjería llevamos? El Gobierno del PP ha ido endureciendo las normas y corrigiéndose a sí mismo, sin ningún éxito. ¿Quién no recuerda aquella frase de Rajoy aseverando que era metafísicamente imposible que los emigrantes en situación irregular gozasen de derechos sindicales y sociales? Ahí es nada, metafísicamente imposible. Partía de la misma premisa que Mayor Oreja ante los altercados de El Ejido: “Si no son legales, el Gobierno no puede hacer nada porque para el Gobierno no existen”. Pero he aquí que existen.

El problema radica ahí, unos 800.000 trabajadores en situación irregular. Pero ¿cuántos más esperan en el exterior? La solución, desde luego, no es sencilla. Pero precisamente por eso no valen frivolidades, y frivolidad es anunciar medidas confusas sin concreción e incompletas. No hay efecto llamada pero sí efecto anuncio, especialmente en una población desesperada y dispuesta a creer a cualquier embaucador pronto a explotarla.

Por otra parte, que la Administración abdique de sus competencias y abandone la regulación en manos de los empresarios es sumamente peligroso. Empresario puede ser cualquiera que tenga un NIF y esté dispuesto a firmar un contrato de trabajo. También las sociedades fantasma. Existe un precedente nada satisfactorio: el subsidio agrario, cuya percepción dependía de un número mínimo de peonadas certificadas por los empleadores y que dio lugar a todo tipo de fraudes.

La inmigración tampoco puede ser el mecanismo para que las empresas se libren de pagar el nivel de salarios que reclaman los nacionales. Conviene no olvidar que nuestro país continúa a la vanguardia de Europa en tasa de paro, y que todos los años aún 20.000 españoles emigran a la vendimia a Francia. Lo peor que podría ocurrir en aras a solucionar el problema de la extranjería es que el racismo se generalizase en  las clases más bajas, al percibir éstas a los inmigrantes como competidores peligrosos para sus puestos de trabajo.