¿Quién nos defiende de la banca?

Alguien se preguntará para qué sirve el Banco de España (BE). La instrumentación de la política monetaria se ha transferido al Banco Central Europeo, y más nos vale, porque de lo contrario el fanatismo monetarista del BE nos habría situado en los tipos de interés más altos de Europa –en una lucha vana por reducir el diferencial de inflación– y, por tanto, en unas tasas de crecimiento económico bastante más reducidas. A decir verdad, la única función seria que le queda, aparte de darse postín con sus estadísticas y su Servicio de Estudios, es el control de las entidades financieras, y ya ven ustedes el resultado. Son simples forenses que se limitan a certificar la defunción.

Las crisis bancarias han sido una constante a lo largo de la reciente historia económica que parte de la Transición. Muchos miles de millones de pesetas han salido de las arcas públicas para enjugar las pérdidas, en bastantes casos corrupciones, de los bancos; pero curiosamente ningún banquero, excepto Mario Conde, ha terminado en la cárcel, y éste no tanto por lo que había hecho en Banesto como por rebelarse contra el Banco de España. En realidad, el banco de bancos, como gustaba de titularse, ejercía en todos los casos de enterrador, se limitaba a intervenir cuando ya no había remedio y el único recurso consistía en sanear la entidad con dinero público.

Con esto del euro y de Europa pensábamos que habían finalizado los sustos, pero no es así. A miles de pequeños clientes de Eurobank las vacaciones les han traído la amarga sorpresa de no poder disponer de sus ahorros, cautivos como en el corralito argentino, y todo hace prever que los perderán, al menos en parte. Sólo los depósitos hasta 20.000 euros serán reembolsados, y eso porque el Fondo de Garantía de Depósitos se hará cargo de ellos.

La cuestión es más o menos la de siempre: operaciones cruzadas entre empresas y el banco. Sociedades que son al mismo tiempo accionistas y beneficiarias de las inversiones de la entidad financiera y de sus clientes. Los intereses del banco al servicio de los gestores y de las empresas de los gestores. Estafa manifiesta de la que nadie responde porque todo ocurre entre sociedades anónimas, y las personas individuales se llaman andana.

Vivimos en una economía de la intimidad, en la que se diluyen los rostros, las personas concretas, y aparecen exclusivamente las siglas, y las siglas no suelen ir a prision. La ingeniería financiera ha creado todo tipo de figuras y de artificios para blindarse y establecer así el reino de la impunidad.  En esa sopa de letras, el ciudadano se encuentra totalmente desprotegido, desconoce qué y con quién está contratando en realidad. Ignora adónde va su dinero y cuáles son sus garantías. En esa inmensa complejidad en la que se configura exponencialmente el sistema económico, se encuentra cautivo e impotente para defender sus derechos. Sólo el poder político puede introducir disciplina y orden.

La pasividad e inhibición de los poderes públicos significa, por tanto, abandonar a los ciudadanos al pillaje y al saqueo. Por eso, ante un caso como el de Eurobank, hay que plantearse por fuerza varias preguntas. La primera y fundamental es hasta qué punto muchas de las complejas figuras financieras creadas no están fuera de lugar y su única función consiste precisamente en hacer más fácil la estafa o la evasión fiscal. Lo segundo a cuestionarse es la parte de culpa que atañe al Banco de España por su incompetencia o negligencia a la hora de inspeccionar a las entidades financieras, y la pasividad que mantiene como tónica en la defensa de los clientes frente a la banca. La tercera pregunta gira en torno a la responsabilidad que le cabe a la Generalitat que, movida por un sectarismo nacionalista y en su afán de crear un sector financiero catalán, ha dado cobertura a unas mutuas cuya actuación era más que sospechosa.