Presupuesto
de crisis
La furgoneta, una montaña de libros, un
sinfín de páginas, estadillos, números y literatura, fotos en el Congreso al
ministro de Hacienda, rueda de prensa; todo ello es parte del rito y de la
ceremonia que se repite año tras año a la presentación de los presupuestos.
Pero cuanto más farfolla y formalismo, menos contenido. El papel lo aguanta
todo. La información se puede estructurar, componer y retorcer de manera que
cuadre y ratifique siempre lo que deseamos. Después, a lo largo del ejercicio
vendrán las modificaciones, en "donde dije digo diré Diego"; incluso
ahora con la contabilidad creativa, el maquillaje podrá extenderse hasta en la
misma liquidación de las cuentas públicas.
El ministro de Hacienda afirma, como todos
los años, que son unos presupuestos sociales, ni expansivos ni contractivos,
sino todo lo contrario y puesto que estamos en tiempo de recesión, unos
presupuestos para la crisis. Pero a pesar de que en todos los países se han
revisado los objetivos, el gobierno español no ha modificado un ápice las
previsiones macroeconómicas. Aquí no ha pasado nada, con lo que se hace más
increíble aún que puedan cumplirse las cifras presupuestarias. Pocos
economistas aceptarán hoy, ni siquiera en los planteamientos más optimistas, que
en el año 2002 el crecimiento va a llegar al 2,9%, y lo mismo cabe afirmar del
2% de inflación. Con estas hipótesis la recaudación estimada difícilmente podrá
alcanzarse. Existe además un motivo adicional para pensar que los ingresos
reales van a ser inferiores a los presupuestados: la aplicación del nuevo
modelo de financiación autonómica. La alegría y satisfacción de todas las
Comunidades hace sospechar que, tal como afirmó Aznar, todas salen ganando.
Pero si todas ganan es que el Estado pierde, ya que nos movemos con toda
probabilidad en un sistema de suma cero.
Nuevos aires se respiran en Estados Unidos y
en Europa. La mayoría de los gobiernos se resisten a adoptar ajustes
presupuestarios adicionales y mantienen que la disciplina en las cuentas
públicas, introducida en los últimos años, permite un margen de maniobra para
políticas moderadamente expansivas. El propio Duisenberg
se apunta a esta tendencia, insinuando que los gobiernos de aquellos países
cuyas finanzas están en equilibrio o presentan un superávit presupuestario, y
que se encuentran, por tanto, muy alejados de ese 3% de déficit que aparece
como límite en el programa de estabilidad, deberían tener una postura más
permisiva que ayudase a la recuperación económica.
El gobierno español, por el contrario,
mantiene rígidamente su postura de déficit cero. Aunque tal vez este
fundamentalismo presupuestario sea sólo verbal, porque sin los múltiples
mecanismos de maquillaje se estaría lejos del equilibrio presupuestario. En los
últimos años, gran parte del gasto en inversión pública se contabiliza en la
partida de activos financieros, como aportaciones de capital a empresas o entes
públicos, sin que por lo tanto tenga impacto sobre el déficit. En los
presupuestos del año 2002 que ahora se presentan se da un paso más, incluyendo
obras públicas con pago diferido, truco ingenioso para posponer la
contabilización del gasto en inversiones.
Otros muchos son los mecanismos que se
emplean para disfrazar el déficit público, por ejemplo compensar las
transferencias a empresas públicas con ingresos por privatizaciones o la
concesión de avales para garantizar las enormes deudas contraídas por
determinadas sociedades, caso de televisión española.
Uno de los aspectos más negativos de los
presupuestos que ahora se presentan (los del 2002) es la enorme reducción que
se aplica a la tasa por utilización de la tecnología UMTS, de 1600 a 360
millones de euros. No resulta arriesgado suponer que en el año 2001, aun cuando
se encuentra consignada en el presupuesto de ingresos, no se va a cobrar esta
tasa al menos en su totalidad. Lo cierto es que países como Alemania, Gran
Bretaña o Francia han obtenido por este capítulo fabulosos ingresos para sus
cuentas públicas, mientras que el presupuesto de nuestro país apenas se va a ver
beneficiado, y no se diga que en último término serán los usuarios los que
soporten el coste de las licencias. Puede ser verdad, pero en este caso la
gravedad radica en que las tarifas de los usuarios españoles financiarán los
pagos a realizar a los presupuestos de Alemania o de Gran Bretaña.