¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?
¿Por qué hablan de
unión fiscal cuando su propuesta consiste únicamente en someter los
presupuestos nacionales a los órganos de Bruselas y, por tanto y en última
instancia, a los imperativos de la canciller alemana? Merkel utiliza el lenguaje de manera tramposa y reduce la
unión fiscal a la mera creación de la figura de un superintendente, una especie
de sheriff, que controle las finanzas públicas de cada uno de los países
miembros de la Eurozona. Está muy lejos de aceptar y proponer la integración de
las haciendas nacionales en una comunitaria, lógica contrapartida de la moneda
única, tal y como se realizó en el caso de la unificación alemana.
En Europa no existe
unión fiscal y se está en las antípodas de perseguir tal objetivo. Cada Estado
tiene sus ingresos y sus gastos, sus propios impuestos, su sistema público de
pensiones, su seguro de desempleo, sus gastos en educación, sanidad o en
justicia y defensa. No existe nada común, a no ser un presupuesto ridículo
equivalente al 1,24% del PIB que, desde la firma del Tratado de Maastricht
(1991), no solo no se ha incrementado sino que se ha visto mermado. Merkel miente cuando hace declaraciones a favor de la unión
fiscal. Ni Alemania ni el resto de los países ricos están dispuestos a aceptar
en modo alguno las enormes transferencias de recursos que se producirían hacia
las naciones menos desarrolladas de la Eurozona. Pero ahí precisamente se
encuentra el talón de Aquiles de la moneda única.
El lenguaje es
profundamente engañoso porque se llama unión fiscal a lo que no lo es y, así,
se presenta como un adelanto lo que constituye un claro retroceso. Una
verdadera unión fiscal con su obligada función redistributiva sería sin duda un
paso muy importante en la integración europea, pero la creación de un
ministerio de finanzas europeo -sin recursos propios pero con competencias
sobre los presupuestos nacionales, que es lo que propone Merkel-
implica incrementar aún más las contradicciones y los fallos del actual
sistema. Se repetiría el error cometido con la creación del Banco Central
Europeo al ceder soberanía a un organismo sin representatividad democrática;
significaría privar a los gobiernos nacionales de toda capacidad de regir la
política económica, sin que en paralelo se constituyan en Europa instituciones
verdaderamente representativas; solo servidores fieles de la política impuesta
por Alemania o por los poderes económicos europeos.
En la Eurozona, por
no haber, no hay ni siquiera armonización en los impuestos o en las
prestaciones sociales, Lo único que se pretende armonizar -que no unir- es el
déficit público. Y a este objetivo impuesto por la fuerza es a lo que llama Merkel unión fiscal; y lo más grave es que muchos
comentaristas españoles compran esta mercancía averiada y repiten la cantinela
presentado tales planteamientos como avances en la Unión Europea.
El objetivo
exclusivo de la política de Merkel es disciplinar
como sea en la senda de la austeridad a los países que ella considera
derrochadores. Su sectarismo neoliberal le hace fallar el tiro y colocar como
variable a controlar el déficit público en lugar de en el déficit exterior. La
Unión Europea ha venido cometiendo este error desde el Tratado de Maastricht.
Los criterios de convergencia y el absurdo Pacto de Estabilidad son una buena
prueba de ello. La teoría y la práctica enseñan, por el contrario, que unas
finanzas públicas saneadas nada garantizan. Un buen ejemplo lo constituye la
economía española.
A lo largo de todo el periodo de incubación
de la crisis, nuestro país mantuvo un comportamiento modélico, tal como lo
entiende la ortodoxia neoliberal, incluso con superávit fiscal en los tres
últimos años. La economía española terminaba el año 2007 con un superávit en
las cuentas públicas de un 1,9% del PIB, un stock de deuda pública del 36% del
PIB, casi la mitad que el de Alemania (66,7%) y el de Francia (64,2%), y a años
luz del de Italia (103,1%). Los problemas de las finanzas públicas no han sido
la causa de la crisis en España sino, más bien, su efecto; y lo que sin duda ha
colaborado a agravar la crisis es una corrección precipitada y demasiado
acelerada de los desequilibrios presupuestarios.
Lo que sí debería
suponer motivo de preocupación para la Eurozona son los déficits de la balanza
por cuenta corriente y su consecuencia: el endeudamiento exterior de algunos
países; poco importa que provenga del sector público o del privado. Bien es
verdad que resulta imposible corregir estas variables sin corregir
simultáneamente su correlato, el superávit de la balanza de pagos de Alemania,
origen de su crecimiento y relativa bonanza económica. He ahí la contradicción
de Merkel. Porque exigir a los otros países que
corrijan sus desequilibrios es exigir al mismo tiempo que la economía alemana
corrija los suyos porque son la cara y cruz de la misma moneda Y eso la canciller alemana no está dispuesta a reconocerlo bajo
ningún punto. Es mejor, por tanto, cifrar todo en el sector público. Pero, al
menos, que no llame unión fiscal a lo que es un desatino, que va a intensificar
los problemas de los países y hará aumentar aún más el déficit democrático de
la Eurozona.