Los
huevos de Santa Clara
Por más huevos que llevasen a Santa Clara, la lluvia
deslució los fastos que con tanto esmero y también con tanto dinero -dinero del contribuyente- habían preparado. Se les mojó
el glamour. Los hados no fueron propicios, y es que hoy en día los dioses son
republicanos. Hace tiempo que declararon la mayoría de edad del hombre y
renunciaron a interferir en sus asuntos, pero los humanos no nos resignamos y
continuamos erre que erre dándoles la tabarra e invocándoles lo
mismo para que llueva como para que legitimen nuestras pretensiones.
Eurípides, cuando la dinámica interna de sus obras
le conducía a un callejón sin salida, traía a escena un deus
ex máquina que soluciónese el entuerto y con el que se llegara a un final
casi feliz. Hoy, los dioses ex máquina continúan utilizándose con
demasiada frecuencia. Bush invoca a dios para salvar América, que en su jerga
representa arrasar a Irak y matar y torturar a miles de iraquíes; y los
iraquíes invocan a dios, Alá, para expulsar a los americanos. Nunca llueve a
gusto de todos y por eso los dioses no saben qué hacer, y Santa Clara tampoco.
En el Olimpo se niegan a intervenir. ¿Los hombres no son ya mayorcitos? Pues
que se las arreglen solos. Lo que digo, son republicanos. La lluvia no viene de
Dios y el poder tampoco. ¿Qué sentido tiene la monarquía? ¿Por qué razón, si el
poder no viene de Dios, la sucesión a la jefatura del estado va a ser
hereditaria?
Con la loable intención de hacer creíble la
institución monárquica muchos nos la envuelve en papel coloreado de celofán y
nos hablan de modernización, pero monarquía y modernidad son palabras
antitéticas. Al modernizarla se diluye entre las manos y se queda en nada. A la
boda del pasado sábado la han calificado de boda de estado. Sin embargo, las
bodas reales solo eran de Estado cuando los estados eran de los reyes.
Obedecían a una concepción patrimonial de las naciones y las nupcias de los
distintos miembros de las familias reales se utilizaban, como en cualquier familia
pudiente, para acrecentar los dominios; servían para aunar reinos o establecer
alianzas. Nada de eso resulta posible, ni creíble, hoy.
En el culmen del voluntarismo hay quien ha escrito
que puesto que esta boda no puede ser un acuerdo entre naciones, constituye una
alianza entre el príncipe y la sociedad española. Letizia
sería la representante del pueblo español. Vaya idea disparatada y cortesana.
En la modernidad no puede haber contrato social, acuerdo entre gobernantes y
gobernados que no pase por elecciones libres y democráticas. Por otra parte,
habrá que preguntarse quién ha hecho a Letizia
delegada de la sociedad española, que yo sepa ha sido elegida únicamente por D.
Felipe lo que me parece muy bien, pero no sé que pinta en todo este affaire
la sociedad española, que no designa al rey y como es lógico mucho menos a la
futura reina.
Las monarquías llamadas constitucionales se debaten
en enormes contradicciones. Quieren ser modernas pero para legitimarse no
tienen más remedio que retrotraerse a la historia, al pasado, siempre relativo
y desde luego basado en presupuestos que nada tienen que ver con las doctrinas
políticas al uso. En las constituciones contemporáneas son remiendos, parches, pegotes imposible de casar con las ideologías y principios que
informan el resto. Al borde del esperpento las supo retratar D. Ramón de Valle
Inclán en su tablao de marionetas. En acontecimientos como el celebrado el
pasado fin de semana sale a relucir su carácter vetusto, obsoleto, rancio y
clasista, muestran bien a las claras su naturaleza. En el mejor de los casos
puro espectáculo, espectáculo ciertamente caro para el contribuyente, artículo
de consumo para las revistas y programas del corazón.
Sta. Clara no hizo caso. Los
dioses son republicanos. La lluvia les mojó el glamour y la gran mayoría del
público se quedó en su casa. Se ha dicho que el pueblo de Madrid solo sale a la
calle con buen tiempo. No es verdad. Las grandes manifestaciones contra la
guerra, el terrorismo, la del 14 de diciembre de 1988, movilizaron a millones
de madrileños con condiciones climáticas muy adversas, pero si solo se trata de
ver un espectáculo, mejor en casa, seco y calentito.