De
Kosovo a Irak
Nadie con
una mínima sensibilidad puede permanecer impasible al contemplar las imágenes
de la guerra. Una mezcla de tristeza, indignación y asombro nos embargan, al tiempo
que no podemos por menos que preguntarnos el porqué de esta barbarie. A primera
vista, pocas guerras tan irracionales y difíciles de justificar. De ahí, que la
contestación en todo el mundo se haya generalizado y esté teniendo tanta
firmeza.
Uno por
fuerza tiene que saludar con júbilo tamaña reacción popular. No obstante,
existen en la protesta factores que dejan un sabor agridulce. Observo que entre
los que con enorme ardor defienden el no a esta guerra se encuentran muchos que
con el mismo fervor apostaron por la de Afganistán, Kosovo o la primera del
Golfo. Nada que objetar si posiciones tan divergentes obedecen a un cambio
sincero de postura. Siempre he saludado con optimismo cualquier evolución hacia
la izquierda. Estamos acostumbrados a que las mutaciones se produzcan en el
sentido inverso, cosa por otra parte lógica, ya que este último tipo de
deslizamientos suele ir acompañado de prebendas y mejora en las oportunidades
para el converso. Todo lo contrario de lo que ocurre en el primer caso.
Mi desasosiego surge cuando comienzan los intentos
de diferenciar esta guerra de las anteriores. Desde luego, ninguna contienda es
igual a otra, y tengo que reconocer que los motivos aducidos para ésta son
especialmente endebles. Pero endebles son también los argumentos con los que se
contesta al PP cuando desde sus filas, con olfato político, lanzan el reto de
justificar por qué se estaba a favor de la intervención en Kosovo y no en Irak.
Explicar la diferencia por la implicación o no de la Unión Europea o de la OTAN
carece, desde luego, de consistencia. La intervención en Irak continuaría
siendo injusta e ilegítima por más que la OTAN y la Unión Europea la hubiesen
apoyado.
Tampoco cabe escudarse en la finalidad humanitaria.
Últimamente todo son operaciones humanitarias. Resulta que las fuerzas armadas
españolas no participan en la guerra, van en misión humanitaria. Y acabo de
escuchar en la radio que fuerzas turcas pretenden traspasar la frontera y
entrar en Irak también por motivos humanitarios. En todas las guerras quienes
las acometen se escudan tras objetivos altisonantes y altruistas. Libertad
duradera en Afganistán. Libertad iraquí. Suena casi a sarcasmo esta
denominación. Se pretende liberar de Sadam a los
iraquíes a base de destruir el país, de miles de muertos y de decenas de miles
de heridos. Pero a los albanokosovares también se les pretendía librar de
Milosevic a base de bombardear Kosovo.
Me indigno cuando desde el Gobierno se tilda a los
políticos que se oponen a la acción bélica, de compañeros de viaje de Sadam, pero me resulta difícil olvidar que algunos de ellos
nos calificaban de amigos y partidarios de Milosevic a todos los que estábamos
en contra de la guerra de Yugoslavia. Reconocer la crueldad y tiranía de
determinados regímenes es algo muy distinto a sentirnos investidos de autoridad
para implantar la justicia por nuestra cuenta.
Las guerras
no suelen solucionar nada; muy al contrario, agravan los problemas. Y, al
margen de la propaganda oficial que ha pretendido ocultar los hechos, lo cierto
es que la represión de los serbios sobre los albanokosovares se incrementó
hasta el infinito tras comenzar los bombardeos y que fue después de éstos,
potenciando el exilio y la huida masiva, cuando la catástrofe humana -que no humanitaria- adquirió dimensiones apocalípticas. Y cierto es
también que los aliados utilizaron armas prohibidas, como cierto es, que hoy en
día, aún no se ha reconstruido casi nada, que la inestabilidad en la zona
continúa y que con la pasividad de las fuerzas de la OTAN las minorías serbias
han sido perseguidas y forzadas a exiliarse.
Pero el
verdadero problema no consiste en saber si había más motivos para la guerra en
un caso que en otro. Estoy dispuesto a aceptar que las situaciones eran
diferentes, que en Kosovo les resultaba más fácil a las grandes potencias
disfrazar su ofensiva bélica con bellas intenciones y palabras. Estoy dispuesto
a reconocer que en la presente guerra los planteamientos de sus defensores han
sido excesivamente patosos y descarada su prepotencia, pero el problema de
fondo no es ése. La verdadera cuestión radica en saber quién está legitimado
para decidir en qué ocasiones se debe intervenir y en cuáles no. ¿Por qué en
Yugoslavia sí y en Timor Oriental no, cuando de forma paralela se estaba
ejecutando en esta región una violencia igual o superior a la que se aplicaba
en Kosovo antes de la guerra?
El tema
fundamental estriba en cómo negarle legitimidad a Estados Unidos para
intervenir en Irak, después de habérsela concedido para hacerlo en Kosovo y
Afganistán. Reconozco que esta contienda es especialmente odiosa e hiriente,
pero me pregunto si su origen no hay que buscarlo en otras anteriores.
Tras el fin
de la guerra fría se ha ido estableciendo un nuevo orden mundial, en el que
mucho antes de que Bush hijo fuese presidente de Estados Unidos se aceptaba sin
tapujos el papel profético de este país y el de sus aliados para llevar la paz -paz romana- y la felicidad, quisieran o no quisieran, a todas
las naciones; para imponer con agrado o a la fuerza un determinado modelo de
civilización y cultura. Se dinamitó el principio de no-injerencia y se ha
atropellado el concepto de soberanía. Las grandes potencias, antiguas
metrópolis, se han arrogado el título de comunidad internacional y en su
nombre se han autoconcedido el derecho de dictaminar
a escala mundial lo que está y no está bien, e imponerlo por la fuerza. Pero
cuando la única ley es la fuerza, ¿cómo contener al más fuerte? Ojalá que esta
guerra sirva al menos para que tomemos conciencia de lo tremendamente peligroso
que es el camino por el que nos habíamos adentrado.