Legitimidad
democrática
Tras el escándalo de Génova, algunos
comentaristas en su intento de desacreditar a los manifestantes recurren a la
legitimidad democrática del G-8. Difícil lo tienen. Difícil resulta encontrar
razones para justificar por qué los mandatarios de ocho países se constituyen
en gobierno mundial.
Pero el problema es aún más radical. Cada
vez hay mayores motivos para dudar que estemos ante gobiernos realmente democráticos.
Hemos simplificado el concepto de democracia hasta el límite de identificarlo
exclusivamente con la celebración de elecciones. Sin elecciones, es verdad, no
hay democracia; pero de su existencia no podemos deducir, sin más, que nos
encontremos ante un régimen democrático. Condición necesaria, pero no
suficiente.
¿Puede alguien reprocharnos que dudemos de
la legitimidad de Bush, incluso como presidente de Estados Unidos, cuando han
sido la industria armamentística y las petroleras las que le han llevado al
gobierno, y cuando son los intereses de éstas las que marcan su política? En
las dictaduras, los sátrapas gobiernan por la gracia de los fusiles.
Berlusconi, en virtud de los medios de comunicación que controla. La coacción
moral puede ser tan efectiva como la física.
La legitimidad no sólo ha de provenir del
origen, sino también de ejercicio. Y lo que ocurrió el otro día en Génova es
motivo suficiente para deslegitimar a cualquier gobierno: tortura, malos
tratos, detenciones ilegales, actuaciones policiales indiscriminadas, desprecio
absoluto de los derechos humanos. Ante los relatos y las imágenes, cuesta creer
que estuviésemos en un país de la Unión Europea, más bien parecían escenas
sacadas de una dictadura tercermundista. Y es que el liberalismo económico
termina casi siempre en fascismo. Se deslegitima el gobierno de Berlusconi y el
de los otros países que han contemplado con absoluta pasividad el espectáculo,
incluso, como en el caso de España, cuando tenían ciudadanos implicados. La
especialidad de Piqué parecen ser los cabezazos, primero a De la Rosa,
después a Bush y ahora al nuevo Duce italiano.
Mencio, fundador de la
filosofía china, defendió el tiranicidio –quizás fue el primero– argumentando
que un príncipe que comete abominación ya no es príncipe, y quien le mata no
mata a un príncipe sino a un hombre abominable. La mayoría de las
organizaciones antiglobalización, hoy por hoy, son pacíficas; pero, no nos
engañemos, si el Estado abandona progresivamente su forma democrática y se
transforma en una dictadura encubierta, para muchos dejará de ser Estado y la
violencia será legítima. Los pensamientos únicos, a la larga, sólo se mantienen
con la represión y las armas.