La
trastienda económica de la guerra
Si la contestación mundial frente al posible ataque
de EEUU a Irak ha sido tan masiva no es porque de pronto toda Europa, salvo
algunos gobernantes, se hayan hecho pacifistas. La explicación debe buscarse en
la incapacidad del Gobierno americano y de sus satélites en el exterior para
ofrecer razones convincentes. Nadie en su sano juicio puede creerse que un país
destruido en una guerra hace diez años, sometido a un bloqueo despiadado, con
la mitad de su población enferma o hambrienta y bombardeado periódicamente,
puede ser una amenaza a la paz mundial. Sadam Husein,
como tantos otros tiranos, sólo amenaza a su propio pueblo.
La
irracionalidad y la falta de lógica repugnan, sin embargo, al intelecto, en
especial cuando nos encontramos ante acontecimientos tan graves. No es que mi
opinión acerca del nivel intelectual de los grandes hombres públicos -ni aun
tratándose del presidente de los EEUU- sea muy elevada, pero me cuesta aceptar
que todo obedezca a pulsiones megalómanas, que sin duda pueden existir pero no
lo explican todo. Cuando las razones confesadas mueven únicamente a la risa,
hay que pensar que se dan otras inconfesables y que suelen ser económicas.
Desde los
orígenes de la humanidad, de una o de otra forma, en mayor o menor medida, los
motivos económicos han estado presentes en todas las contiendas. Durante el
siglo XIX y buena parte del XX las guerras fueron coloniales. Las grandes
potencias se enfrentaban para defender sus respectivos dominios o conquistar
otros en función de sus intereses económicos, bien fuese el suministro de
materias primas o el control de determinados mercados.
Hoy se
afirma que la globalización de la economía, que, digámoslo, en buena medida es
sólo liberalización, ha dejado obsoletas las guerras económicas. Los Estados
nación están siendo desplazados por las grandes compañías o por los complejos
financieros y empresariales, que no luchan por territorios sino por mercados.
Lo que, en el fondo, se pretende indicar es que en la actualidad para controlar
los mercados no es imprescindible conquistar antes el territorio.
Este
planteamiento tiene parte de verdad, pero sólo parte. Es innegable que en el
actual orden económico han surgido nuevos centros de poder, gigantes
económicos, que están postergando a los Estados. El volumen de negocios de
ciertas empresas es superior al PIB de numerosos países desarrollados. El de
Exxon, por ejemplo, supera al de Noruega y el de Toyota al de Portugal. Los
Estados, por el contrario, reducen su tamaño; a través de las privatizaciones
se han deshecho de una gran parte de su patrimonio trasladándolo al sector
privado.
Es cierto
también que la liberalización del comercio y de los movimientos de capitales permite
que las grandes corporaciones empresariales conquisten mercados y se apropien
de las riquezas de grandes regiones sin necesidad de movilizar tropas y
conquistar militarmente los países. El FMI, el Banco Mundial o la OMC son los
mejores ejércitos. El caso reciente de Argentina resulta ilustrativo al
respecto. Se trata de un nuevo colonialismo. Pero habrá que añadir
inmediatamente que este nuevo colonialismo no sería factible sin la complicidad
de los gobiernos de los países colonizados, y que para mantener a los gobiernos
adecuados -gobiernos satélites- en estos territorios, se precisa de la presión
de la metrópoli, a menudo política o económica y en ocasiones también bélica.
La globalización ha cambiado muchas cosas pero no todas.
Algo
similar ocurre en cuanto a las materias primas. En líneas generales se ha
reducido su uso. El problema hoy no lo tienen los países ricos. Para asegurarse
su suministro no precisan de guerras como antaño. El problema hoy es de los
países pobres que se ven imposibilitados de garantizar su venta a precios
aceptables, pero ello difícilmente puede conducir a confrontaciones armadas, ya
que no disponen de fuerza militar para imponer sus condiciones. No obstante, en
las materias primas también hay excepciones y excepciones muy importantes como
la del petróleo.
Bush y Cheney conocen perfectamente -ambos han trabajado en
empresas petroleras- la importancia del oro negro en la economía de EEUU, y
cómo su crecimiento económico se sustenta en un petróleo barato. EEUU, al
contrario que Europa, no ha hecho ningún esfuerzo para restringir su consumo,
que en la última década ha aumentado un veinte por ciento. Por azares del
destino, casi el cincuenta por ciento de las reservas de tan apreciada materia
prima se concentran en una región no demasiado extensa pero sí conflictiva,
especialmente a partir de la creación del Estado de Israel que, amén de un
problema étnico y religioso, introdujo otra variable económica: el poder
financiero con el que cuenta el sionismo en EEUU.
Las grandes potencias han pretendido siempre
controlar el Próximo Oriente, al principio mediante métodos coloniales, después
a través de gobiernos dúctiles a los intereses económicos occidentales. Por las
características culturales y religiosas de estas sociedades, el modelo de pseudodemocracias títeres ensayado en otras latitudes no
resultaba apto para esta parte del mundo, por lo que se optó por apoyar a
regímenes dictatoriales o teocráticos pero fieles aliados de EEUU. El
equilibrio, inestable, se ha mantenido a fuerza de que cada uno de ellos
actuase como contrapeso de los demás.
La revolución en Irán con la destitución del Sha, empujó a EEUU a armar, incluso con armas ya prohibidas
por la ONU, a Sadam Husein y a utilizarle como
avanzadilla del Imperio. Con palabras de Roosevelt, Sadam
era “nuestro hijo de puta”. Y por ello disfrutó de patente de corso y se le
permitió e incitó a todo tipo de desmanes. Fue tal la permisividad de la que
gozó que se creyó autorizado a invadir Kuwait, tanto más cuanto que después de
informar a la embajada de Norteamérica de sus intenciones recibió la callada
por respuesta. Sadam Husein se equivocó creyendo que
EEUU iba a permitírselo. Bush padre lo expresó de forma clara: “Nuestra
economía, nuestra forma de vida, nuestra libertad y la de los países amigos se
verían muy afectadas si el control de las grandes reservas petrolíferas del
mundo cayera en manos de Sadam Husein”.
El petróleo, y no la liberación de Kuwait, ni la
libertad y democracia de Irak, fue la causa de la guerra del Golfo. Desde luego,
parece que importaba poco la opresión que sufría el pueblo iraquí cuando al
final de la contienda se decidió mantener al tirano considerando que un Sadam Husein debilitado y controlado era más seguro para
los intereses petroleros que un Irak democrático. Durante estos años todas las
grandes empresas petroleras han ambicionado invertir en los importantes
yacimientos de Irak; las americanas lo intentaron sin demasiado éxito ya que Sadam ha preferido primar a Francia, Rusia y China que
cuentan con capacidad de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. Hasta el
Gobierno español en su modestia no ha tenido reparo alguno, tal como descubría
hace días El Mundo, en utilizar su influencia con la finalidad de obtener para
Repsol concesiones en Irak.
¿Qué es entonces lo que ha cambiado? ¿Por qué Bush
hijo modifica la estrategia de Bush padre, y se empecina contra viento y marea
en invadir Irak? La razón hay que buscarla en Arabia Saudita. Este país, que
había actuado siempre como reserva a efectos de garantizar el suministro de
petróleo, a partir del 11 de septiembre pierde la confianza de EEUU. Se
sospecha que no ha sido ajeno a la financiación de Al Qaeda. La administración
Bush mira con recelo la situación actual en Oriente Próximo, la considera
peligrosa para los intereses americanos y juzga que apoderarse mediante un
régimen títere de los yacimientos de Irak no sólo solucionará el problema sino
que además forzaría a la baja los precios del petróleo. A eso se debía de
referir el otro Bush, el listo de la familia, cuando en la visita que hizo a
nuestro país, como cualquier tendero, y con ojos golosones,
nos hablaba de los beneficios sin cuento
que íbamos a obtener.
Todo el mundo está de acuerdo en la enorme riqueza
de los yacimientos de Irak tanto por el volumen de reservas, aún por descubrir,
como por el bajo coste al que se podría realizar la extracción. Pero su
explotación sólo es posible si desaparece Sadam
Husein. No es presumible que los halcones de la Casa Blanca estén pensando en
instaurar una democracia por postiza que sea. El peligro del fundamentalismo es
demasiado patente. Piensan más bien en sustituir a Sadam
Husein por otro similar, uno de los tantos prebostes del régimen huidos y que
hoy se refugian en EEUU.
Pero existe una segunda razón económica para la
guerra. Hay un enorme sector empresarial -la industria militar- con notable
fuerza en EEUU y muy generoso con la financiación de las campañas políticas, al
que la globalización y el neoliberalismo económico no le sirven, necesita
forzosamente de las contiendas bélicas. El fin de la guerra fría le obliga de
manera urgente a buscar otras aplicaciones. Requiere de muchos conflictos
armados para mantener sus ingresos. De ahí también que uno de los primeros
anuncios del Gobierno Bush haya sido la reactivación del programa escudo
antimisiles.
Que las razones de la guerra son económicas parece
bastante innegable, pero me temo que las de muchos de los Estados que hoy se
oponen a ella también lo son. Después de participar en la guerra del Golfo, de
Kosovo o de Afganistán, me cuesta creer en sus motivos humanitarios. Lo que sí
puede existir es un planteamiento estratégico diferente en cuanto a la
conveniencia de la invasión y en cuanto a los efectos que puedan producirse en
el mercado del petróleo, tanto más cuanto que, como ya se ha apuntado, las
principales concesionarias en Irak son empresas francesas, rusas o chinas. Por
otra parte, está la cuestión de quién asume el coste de la guerra, asunto nada
baladí en un fase de recesión.
Pero, además, existe otro motivo, quizás el mas importante: la forma en que EEUU planteó el conflicto,
como si fuese la única superpotencia y el resto de las naciones meras comparsas
que debían simplemente secundar sus objetivos. La administración Bush da por
hecho que a la globalidad económica debe corresponder una globalidad política y
que ésta se asienta exclusivamente sobre la hegemonía de EEUU. Países como
Alemania, Francia y también de alguna manera Rusia y China no pueden aceptar
tales planteamientos. Es un tema de poder pero detrás subyace un tema
económico. Un orden mundial impuesto unilateralmente por EEUU proporcionaría la
total supremacía económica a las empresas americanas.
El tira y afloja al que asistimos y los humillantes
revolcones internacionales que está experimentado la Casa Blanca tienen como
principal objetivo mostrar a Bush que no puede despreciar olímpicamente al
resto de las potencias, especialmente a los países europeos. La incógnita es si
una vez aprendida la lección a satisfacción de estos países, y una vez
garantizada a cada uno de ellos su parte del pastel, no terminarán todos
aceptando, por más manifestaciones que haya y por fuerte que sea el clamor de
las poblaciones en contra, que la guerra es inevitable.