"Corralito"
a la española
Según las
encuestas, después de pasado un año, más del 80 por ciento de los españoles
continúa haciendo las cuentas en pesetas. Me temo que este porcentaje es mucho mayor
en la realidad y que los que dicen calcular en euros siguen haciéndolo en
pesetas a la hora de tomar conciencia del orden de magnitud o de valorar si el
precio de un artículo es barato o caro.
No nos
acostumbramos al euro. Nos comportamos como si nos encontrásemos
permanentemente en país extranjero y tuviésemos que pagar con otra moneda. El
euro nos resulta extraño, tan extraño como escuchar en el sorteo de Navidad a
los niños de San Ildefonso repetir una y otra vez mil euros en lugar de las
entrañables 150.000 pesetas.
De extrañeza en extrañeza, las equivalencias se desvirtúan y
terminamos por ver normal que en los premios los mil euros sustituyan a las
150.000 pesetas y el precio del décimo pase de las tres mil leandras a los
veinte euros. Problemas del redondeo. Si la lotería sube un 10 por ciento,
¿cuánto han subido el cafelito, la coca-cola, los
restaurantes, los hoteles y un largo etcétera? Así van los precios. En la
confusión todo el monte es orégano.
Y para confusión, la de las pensiones. Durante años, mejor lustros,
pájaros de mal agüero nos han venido profetizando la quiebra del sistema
público de pensiones, pero he aquí que lo que algunos han visto evaporarse en
el último año han sido, al menos en parte, sus fondos privados de pensiones.
Dos ritos anuncian el comienzo del periodo navideño: la lotería y la
búsqueda desesperada por parte de los bancos —más bien de sus pobres empleados—
de clientes, pretendiendo convencerlos de que inviertan en fondos de pensiones
antes del 31 de diciembre con vistas a la desgravación fiscal. La tarea se
presenta este año más laboriosa. El gato escaldado del agua fría huye y hay
muchos que se han abrasado con los fondos que en años anteriores les ofrecieron
como el negocio del siglo. El único atractivo de los planes de pensiones se
encuentra en las ventajas fiscales que concede el Gobierno y eso, en todo caso,
tan sólo compensa a quien tiene un tipo marginal alto, es decir, rentas
elevadas.
Los fondos de pensiones se configuran como “el corralito a la
española”. Y, además, un “corralito” que va a permanecer clausurado durante
toda la vida laboral. En realidad, constituyen una subvención que el Gobierno
concede al sistema financiero. El Estado rebaja los impuestos para que
renunciemos a la administración de nuestros ahorros y los pongamos en manos de
una gestora —es decir, de los bancos—, que nos cobrará fuertes comisiones por
una prestación que nadie ha solicitado. Los fondos constituyen el gran chollo
para las entidades financieras, no sólo por los pingues beneficios que obtienen
con ellos, sino también y principalmente por poder disponer a su conveniencia e
interés de cuantiosos recursos cautivos que les conceden un inmenso poder
económico.
No hay cosa más absurda en sí misma que los planes de pensiones. En la
práctica, nada tienen de pensiones. Todo se reduce a ahorrar para la vejez,
pero para ese viaje no hacían falta tales alforjas. Para ahorrar no se precisan
sistemas especiales, sólo tener capacidad de ahorro, capacidad de la que carece
la gran mayoría de los españoles. Si todo se reduce a eso, que nos dejen al
menos materializar el ahorro en la forma y manera que nos apetezca.
Los fondos de pensiones privados sólo pueden existir por el
contubernio del poder político y el económico. El primero dedica una enorme
cantidad de recursos de todos los españoles a incentivar que los ciudadanos
pierdan la disponibilidad de sus ahorros y se la entreguen a las entidades
financieras. El riesgo, claro está, es del partícipe, riesgo elevado incluso
cuando se trata de renta fija. Vaya usted a saber en qué empresas les
interesará invertir a los bancos. Por otra parte, en estos últimos años nos
hemos acostumbrado a ver quebrar sociedades que parecían muy seguras y
rentables. “Corralito” a la española.