El gobierno
económico de Europa
Cuando
la realidad, la cruda realidad, ha mostrado las contradicciones sobre las que
se ha construido
Como
primera condición, cualquier gobierno en Europa precisa ser democrático, lo que
desde luego hasta ahora está muy lejos de suceder. Europa no puede fundarse
sobre la dictadura de uno o dos países (metrópoli) que imponen su voluntad al
resto (colonias). Precisamente, buena parte de los grandes defectos que
presenta la UM radica en que se ha conformado de acuerdo con las conveniencias
y los dictados de Alemania. Así se estableció un Banco Central Europeo (BCE)
con todo tipo de carencias, no solo por obedecer a principios claramente
antidemocráticos –al ser independiente de cualquier poder político y no
responder ante nadie–, sino porque presenta tales
limitaciones que deja a los Estados indefensos ante los mercados. De nada valen
las instituciones si no se las dota de las competencias adecuadas.
Gran
Bretaña ha sufrido una burbuja inmobiliaria tan grande o mayor que la española,
sus entidades financieras se sitúan entre las que más problemas han tenido en
Europa y su stock de deuda pública sobrepasa el de Italia y se acerca al de
Grecia y, sin embargo, la deuda inglesa no está padeciendo la presión de los
mercados, y el tipo de interés que paga por sus bonos apenas supera al de
Alemania. La explicación es evidente. Gran Bretaña, amén de haber podido
depreciar su moneda con respecto al euro, cuenta con el Banco de Inglaterra que
garantiza que nunca se va a producir un impago de
Se
ha pretendido solucionar tales deficiencias creando un nuevo organismo, el
Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (EFSF en su denominación en inglés),
que nace de nuevo inoperante, bien por la tardanza en constituirse, bien por su
escasa cuantía, bien por el régimen tan restrictivo con el que se ha dotado su
funcionamiento.
Para
constituir un gobierno económico de Europa, primero tiene que haber algo que
gobernar. Deben existir unas finanzas públicas que se puedan considerar tales,
con un gasto cuantitativamente significativo e ingresos propios, realidades
ausentes por completo hasta ahora. La Unión no posee impuestos propios y su
presupuesto es ridículo. Únicamente después de haber establecido una verdadera
unidad económica y política tendría sentido hablar de gobierno europeo. Lo que
carece de toda lógica es que desde Europa o mejor dicho, desde Alemania se
quiera regir las economías nacionales. Estas se encuentran en una situación muy
dispar y no se les puede aplicar la misma política, a no ser que se esté
dispuesto (que no se está) a realizar las correspondientes transferencias
interregionales.
Merkel pretende entronizar en Europa la dictadura alemana, y está
imponiendo en todos los países de la UM una política económica radicalmente
conservadora, solo comparable a la que defienden los neocon
o el Tea Party en Estados Unidos. Instrumenta, a través del BCE, una política
monetaria muy restrictiva que conduce a la apreciación del euro y fuerza a los
distintos gobiernos a adoptar políticas fiscales durísimas. Los resultados son
evidentes, tanto desde la óptica de la equidad (incremento de las
desigualdades, destrucción de los sistemas de protección social, pérdida de los
derechos laborales) como desde la perspectiva de la actividad (estancamiento
económico y paro).
Por
si eso no fuese suficiente, se propone (más bien se impone) esa patochada de
introducir en las Constituciones una cláusula para controlar el déficit.
Patochada que, cómo no, España parece que será el primer país en secundar por
medio de un extraño acuerdo entre los dos partidos mayoritarios que va a introducir
una enorme rigidez en
Aun
cuando entonces casi nadie quería reconocerlo, la UM, tal como se diseñó en
Maastricht y se ha desarrollado posteriormente, resulta inviable. Los
acontecimientos lo están demostrando. Pero la gran mayoría continúa sin asumir
el problema en toda su dimensión y piensa que se puede arreglar con parches. La
única solución factible pasa por constituir una verdadera unión económica en
todos sus aspectos. Aunque ello conllevaría realizar enormes transferencias de
recursos de las naciones ricas a las menos prósperas, y de eso las primeras no
quieren ni oír hablar. Quizá sea lógico, pero en tal caso Alemania no debería
haber planteado nunca una unión a la que no está dispuesta y, sobre todo, los
gobiernos de los demás países no deberían haber aceptado jamás un modelo que
conduce a las economías de sus respectivos Estados al abismo, ni deberían
continuar mareando la perdiz con medidas como la de la reforma de la
Constitución que lejos de solucionar la situación la empeoran de cara al
futuro.