Subir
impuestos a los ricos
El
ministro de Fomento afirmó la semana pasada que el Ejecutivo baraja una subida
de impuestos a las rentas altas para garantizar los gastos sociales. No seré yo
el que mantenga que no se deban subir los impuestos a los ricos. Nuestro
sistema fiscal lleva más de veinte años sufriendo contrarreformas; en especial,
las dos acometidas por los gobiernos del PP. El sistema tributario ha perdido
así progresividad y suficiencia. Durante años nos vendieron el cuento de que las
rebajas no iban a menoscabar la recaudación. El crecimiento económico ocultaba
el impacto sobre ella, pero ha bastado que el ciclo cambiase para que
apareciera de forma clara la reducción en el potencial recaudatorio. El
considerable aumento del déficit público no proviene tanto del incremento de
los gastos como de la minoración de los ingresos.
CiU,
fiel a su clientela y a su trayectoria, se ha apresurado a indicar que si el
Gobierno sube los impuestos no podrá contar con su apoyo para ninguna votación
en el Congreso. No sorprende su actitud. A lo largo de todo este tiempo de
democracia sería difícil afirmar en qué tarea ha puesto más empeño: si en
chantajear al gobierno de turno para obtener prebendas para Cataluña en contra
de los demás territorios o en apoyar a todos los lobbys
interesados en modificaciones fiscales regresivas. Si no fuese por el sesgo
catalanista, podrían coincidir en casi todos los temas con el Partido Popular.
Éste también se ha apresurado a criticar la medida con un argumento harto
demagógico. Ha afirmado por boca de su vicesecretario territorial que la medida
iría en contra del empleo y de los parados.
Pues
no, señor Arenas, no, subir los impuestos a las rentas altas e incrementar como
contrapartida, por ejemplo, el gasto en seguro de desempleo (lo que puede ser
neutral con respecto al déficit público), no sólo no tiene un efecto negativo
sobre el empleo, sino que, por el contrario, es muy probable que incremente la
actividad y reduzca el paro. Resulta poco creíble que el consumo de los ricos
se aminore por los nuevos impuestos (será más bien su ahorro el que se
resienta), mientras que las prestaciones a los desempleados se traducirán al
cien por cien en consumo y, por lo tanto, en demanda, haciendo funcionar a tope
el multiplicador. Esta crisis es de demanda y que nadie piense que las empresas
van a invertir y a crear empleo si previamente la demanda no se recupera.
Los
parados saldrán ganando por un doble motivo. Su cobertura o prestación se
incrementará y, además, hay muchas posibilidades de que la economía se reactive
si se produce una redistribución de la renta de las clases altas -en las que la
propensión al ahorro es mayor- a las clases bajas, con más tendencia al
consumo. Pero para ello deben darse dos condiciones. Primera, que la elevación
del gravamen incida realmente sobre los contribuyentes de elevados ingresos.
Segunda, que los gastos que se acometan con el exceso de recaudación se
orienten a las prestaciones sociales.
Consideremos
la primera. La excusa que se escucha por doquier es que los ricos tienen
múltiples formas de evadir los impuestos y, en consecuencia, la subida va a
incidir sobre las rentas medias. Desde luego, no hay ninguna razón para que
tenga que ser así. Si los contribuyentes de altas rentas hacen opacos sus
ingresos mediante empresas interpuestas es porque el Gobierno y la
Administración se lo han permitido y facilitado. ¿Qué impide eliminar las SICAV
y poner en vigor de nuevo el régimen de transparencia fiscal?
Quizás,
la primera forma de elevar los impuestos a los ricos sea hacer que contribuyan,
modificando la Ley General Tributaria e incorporando buena parte de los
instrumentos que desaparecieron en la última reforma, y que son precisos para
combatir el fraude y para obstaculizar la elusión fiscal.
Subir
los impuestos a las rentas altas puede ser, por ejemplo, hacer que el IRPF
recobre su unidad y que las rentas de capital retornen a la base general,
perdiendo la situación de privilegio de la que ahora gozan con respecto a las
rentas del trabajo.
Subir
los impuestos a los ricos puede ser también elevar el tipo marginal a los
grandes contribuyentes. Se suele afirmar que esta medida tendría poco impacto
recaudatorio, porque son pocos los contribuyentes que declaran rentas elevadas.
Hasta la propia ministra de Economía y Hacienda ha empleado este argumento,
afirmando que únicamente el 4% declara rentas superiores a 60.000 euros
anuales. Tal vez lo primero que tendría que plantearse el Ministerio es por qué
no son más.
Pero
hagamos algunos números. Empecemos por indicar que los 60.000 euros no son
renta sino base imponible, que no es exactamente lo mismo. Pero es que ese 4%
puede representar, y de hecho representa, un porcentaje mucho mayor de la renta
-dada la enorme desigualdad en su distribución- y un 37% de lo recaudado por el
impuesto. Habrá quien diga que 60.000 euros es una renta media. Es una
concepción un tanto distorsionada de lo que son las rentas de este país, pero
no discutamos por ello. ¿Les parece bien 120.000 euros anuales? De este modo dejaremos
fuera a la gran mayoría de los tertulianos, periodistas, escritores, políticos
y altos funcionarios; en fin, casi a la totalidad de los que generan opinión,
con lo que seguro que la reforma genera mucha menos resistencia. Así y todo
estaríamos gravando alrededor del 1% de los contribuyentes, que representa más
del 20% de la recaudación, porcentajes que serían mucho mayores si previamente
se hubieran tomado las medidas señaladas más arriba de integrar las rentas de
capital en la base general del impuesto y de eliminar los elementos de elusión
fiscal.
Por
poner un ejemplo de las muchas combinaciones posibles, se podría establecer un
tipo marginal del 50% para bases imponibles superiores a 120.000 euros, y del
65% para las que estén por encima de los 600.000 euros anuales. ¿Parece
exagerado? El 65% era el tipo marginal máximo que regía en el impuesto original
antes de que las distintas reformas lo adulterasen.
Subir
impuestos a los ricos sería también establecer unos impuestos sobre sucesiones
y patrimonio verdaderamente progresivos, que dejen exentas a las clases bajas y
medias y graven a las rentas altas. Pero resulta difícil creer que lo pueda
hacer este Gobierno cuando acaba de eliminar el impuesto sobre el patrimonio.
La
segunda condición es que la recaudación adicional obtenida por la elevación de
los impuestos se destine a incrementar los gastos sociales. ¿Pero cómo
garantizarlo con el galimatías que tenemos de financiación autonómica? Este es
el verdadero escándalo de nuestro Estado de las Autonomías: escuchar a CiU,
después de haber reclamado por todos los medios posibles recursos para el
Estatuto y para Cataluña, oponerse ahora
radicalmente a la elevación de impuestos.