La peor política
posible
Aun cuando en los momentos actuales
-en los que aún nos encontramos lejos de la recuperación económica- una
política fiscal restrictiva no sea la más conveniente, a España quizás no le
quede más remedio que aplicarla, presionada por Alemania, los halcones de la
Comisión y por los llamados mercados. Bien es verdad que tanto el Gobierno
español como los de otros países con idénticos problemas podrían haber
mantenido una postura más enérgica frente a los defensores de los expedientes
por déficits excesivos y, desde luego, no deberían haber asumido el discurso
bobalicón de que “sanear las cuentas públicas es vital para impulsar la
recuperación”.
En cualquier caso, lo que parece
estar fuera de toda discusión es que para instrumentar una política restrictiva
son múltiples las posibilidades a utilizar; cada una de ellas con efectos y
resultados diferentes. El Gobierno se ha adentrado por el peor camino, tal vez
con el objetivo de alcanzar el mayor número de apoyos de
Sin embargo, la realidad es que el
enorme aumento que ha sufrido el déficit público obedece más a la caída de los
ingresos que a la expansión del gasto, por lo que a la hora de intentar sanear
las cuentas públicas habría que considerar en primer lugar los impuestos, y
concretamente el fraude fiscal, ya que el descenso de la producción y del
consumo no pueden explicar en su totalidad la brutal minoración de