Razones
para una huelga
En mayo
del 68, un grafiti en una calle de París recogía un antiguo proverbio oriental:
“Cuando el sabio señala la luna, el idiota mira el dedo”. Los jefes de Estado y
de Gobierno en el último Consejo Europeo han hecho de idiotas discutiendo si la
Comisaria de Justicia había estado más o menos acertada y olvidándose del
verdadero problema: la postura racista del Gobierno francés. Ante la huelga
parece que todos nos hemos convertido en idiotas; mirando el dedo, nos enfrascamos
en una discusión bizantina acerca de si los sindicatos son mejores o peores o
actúan bien o mal, como si la huelga se hiciese a favor o en contra de las
organizaciones sindicales. Miramos el dedo y nos olvidamos de la luna.
La luna
se encuentra en la enorme injusticia que representa el hecho de que terminen
soportando el coste de la crisis los que no la han causado y tampoco se han
beneficiado de los años de bonanza. Hay que mirar a un Gobierno que ha estado
presto en confesar el credo marxista, pero el de los Hermanos Marx: “Estos son
mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”, y a defender estos otros
–abaratamiento del despido, flexibilidad laboral, reforma (léase, reducción) de
las pensiones– se ha dedicado con el mismo entusiasmo que había defendido los
contrarios.
La razón
de la huelga se localiza en una clase empresarial que se apodera de las
ganancias en los momentos de prosperidad; pero huye de cualquier riesgo, y se
niega a soportar los costes en las épocas de crisis; que no busca ser
competitiva mediante el incremento de la productividad, sino reduciendo más y
más los costes laborales y los impuestos; que primero pide que se le permita la
contratación temporal, para más tarde aducir la dualidad del mercado con el fin
de convertir todos los contratos en precarios.
Los
motivos de la huelga se hallan en la política económica aplicada, primero, por
los Gobiernos del Aznar y, más tarde, por los de Zapatero, que han convertido
el sistema fiscal español en el más regresivo de Europa, y han permitido que
las entidades financieras engañasen a los clientes y creasen la burbuja
inmobiliaria. Hay que señalar a