Todos contra Merkel

“Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas guardé silencio, porque yo no era comunista; cuando encarcelaron a los socialdemócratas, me callé, porque yo no era socialdemócrata; cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no me rebelé, porque yo no era sindicalista; cuando vinieron a llevarse a los judíos, no protesté, porque yo no era judío; cuando vinieron a buscarme, ya no había nadie más que pudiera sublevarse”.

 

Estas palabras de Martin Niemöller, falsamente atribuidas a Bertolt Brecht, pueden ser un resumen fiel de lo que está ocurriendo hoy en Europa. Portugal e Irlanda no quieren que se les compare con Grecia, España intenta marcar diferencias con los tres países anteriores, Italia, a su vez, pretenderse distanciarse de España, y Francia, por lo menos hasta ahora, por miedo a que se la pudiera englobar entre los PIGS ha aceptado el papel de comparsa de Alemania. En general, todos los Estados han aspirado a ser los alumnos aplicados de ese sistema dictatorial impuesto por Merkel que ha dañado gravemente la economía y el bienestar de todos los países europeos y que solo está beneficiando a Alemania.

 

Las reglas de juego estaban trucadas desde Maastricht y los gobiernos, en un proceso totalmente asimétrico, han cedido soberanía sin reparar a quién, para quedar, al final, impotentes y en manos de los mercados, de Alemania y de instituciones europeas antidemocráticas que, como en el caso del Banco Central Europeo, no se sabe muy bien a quién sirven (quizá a Golden Sachs). Es significativo el grito de desánimo del Gobierno de Rajoy. El PP, en un exceso de ingenuidad dogmática, tal vez pensara que resolvería la crisis en cuanto llegase al gobierno o que sinceramente creyese que la solución se encontraba en los recortes y en las reformas, por eso ahora se siente defraudado. España, entre las medidas acometidas por el PSOE y las instrumentadas por el PP, ha seguido fiel y obedientemente las directrices de Merkel y del BCE, pero cuanto más avanza por ese camino peor es la situación en la que se encuentra.

 

Los líderes europeos, incluyendo a los de los Estados del sur, se han apresurado a marcar distancias con el país heleno (yo no soy griego) y a considerarlo un apestado. Incluso el lenguaje así lo indica al hablar de contagio. Pero lo cierto es que por el momento Grecia está haciendo de rompeolas y los gobiernos harían bien en preguntarse quién ocupará su lugar si finalmente los griegos se ven obligados a abandonar el euro, lo que parece altamente probable en el caso de que Europa no cambie de estrategia.

Alemania con la complicidad -al menos con el silencio- del resto de los países europeos ha arrastrado a Grecia a un punto sin salida. Es evidente que el coste de abandonar ahora el euro puede ser muy alto, pero ¿cuál es la alternativa? El camino que le trazan la Unión Monetaria y Alemania conduce al precipicio. Es posible que Grecia y sus gobiernos hayan podido cometer errores, que los condujeron a un endeudamiento excesivo, pero en cualquier caso este solo ha sido posible precisamente por pertenecer a la Unión Monetaria y de tales desequilibrios son tan culpables los países deudores como los acreedores.

 

El planteamiento es tanto o más claro en el caso de España o de Irlanda. Ambos fueron ejemplo de estabilidad presupuestaria y de aplicación de los dogmas neoliberales, sin que la ortodoxia les haya servido para nada y ahora se encuentran en una situación crítica. Su pecado, al igual que el de otros muchos, es haber entrado en una Unión Monetaria mal concebida. Sus bancos se endeudaban en exceso al tiempo que se generaba una fuerte burbuja inmobiliaria. Pero en una economía de mercado donde se ha renunciado a casi todos los mecanismos de control, con libre circulación de capitales, sin política monetaria propia, con un banco central que no actúa como tal ¿de qué manera evitar que el capital extranjero infle la economía como un globo y que la abandone más tarde creando una brutal crisis de financiación?

 

La única estrategia que les queda a los mandatarios europeos si quieren paliar la situación crítica en la que se encuentra la Eurozona es la unión de todos los países, desde Grecia hasta Francia, frente a Merkel. No existe ninguna razón para que Alemania mantenga el papel hegemónico que ostenta en la actualidad. Su aportación es idéntica en términos proporcionales a la de cualquier otro país, y además es la máxima beneficiaria de la Unión Monetaria. Resulta intolerable que el Banco Central Europeo se mueva exclusivamente a sus dictados y conveniencias. Ante el atropello al que se está sometiendo a Grecia, el mayor error que pueden cometer los gobiernos europeos es guardar silencio como si no fuese con ellos.

 

Quizá el país que sobre en la Eurozona no sea Grecia sino Alemania. Sin Alemania tal vez todo iría mejor. El Banco Central Europeo podría actuar como un verdadero banco central respaldando a los países y a las entidades financieras; el euro se devaluaría frente al marco, dólar, yen, yuan y otras monedas, con lo que los países recuperarían la competitividad perdida; se incrementarían las exportaciones y se reducirían las importaciones, y las brechas en la balanza de pagos de algunos países se reducirían, incluso desaparecerían; los tipos de interés serían mayores (puede que no mayores que los que se están pagando ahora), pero no los tipos reales que, al compensarse con mayores tasas de inflación y con la evolución de los tipos de cambio, harían que la deuda exterior nominada en euros se devaluara al mismo ritmo de la moneda, la economía se reactivaría e incluso los déficits públicos a medio plazo serían más reducidos. El lastre es Alemania y no Grecia.