Más ricos

La semana pasada el Instituto Nacional de Estadística presentó la revisión de la Contabilidad Nacional de España para el periodo 2000-2004. La nueva estimación, que parcialmente venía exigida por la Unión Europea y que ha significado cambiar el año base anterior (1995) por el año 2000, obedece a distintos factores, unos metodológicos y otros estadísticos. El origen en este último caso es el haber dispuesto de series más exactas de algunas de las magnitudes a partir de las cuales se estiman las cifras de la Contabilidad Nacional.

El efecto más inmediato y quizás espectacular consiste en descubrir que, según la nueva estimación, el Producto Interior Bruto (PIB) es casi un 5% mayor de lo que creíamos. Dicho de otra manera, que somos un 5% más ricos. Pero este mismo hecho nos debería hacer reflexionar sobre algo que a menudo se olvida, que la cifra que normalmente se maneja del PIB es una mera estimación sometida por una parte a error y por otra a convenciones bastante relativas. Relativo es y convencional considerar que los hipotéticos alquileres que cada uno cobraría por la vivienda propia si la arrendase forman parte del PIB y, sin embargo, el trabajo doméstico que se efectúa en la propia casa o el autoconsumo, no.

Por fuerza hay que considerar como relativo que el trabajo de una asistenta se compute como producción y, sin embargo, no se tenga como tal ese mismo trabajo cuando lo realiza un ama o amo de casa. Y no sólo relativo sino también distorsionante resulta que no se integren como sustraendo en el PIB los costes ecológicos generados en el proceso de producción. La consecuencia de todo lo anterior es el error que se comete cuando sacralizamos el PIB y consideramos su crecimiento como el valor supremo al que hay que sacrificar cualquier otra realidad, o lo absurdo que resulta que ciertos economistas discutan acaloradamente por décima más o décima menos, haciendo de ello un argumento fundamental de lo bien o mal que va la economía.

Comencé afirmando, por simplificar y hacer  más inteligible la exposición, que con la nueva estimación se ha descubierto que somos más ricos, pero tal aseveración no es del todo exacta porque la riqueza no depende sólo del PIB sino también de la población entre la que éste se distribuye. Si bien es verdad que en la nueva serie el PIB se incrementa un 5%, lo hace en buena medida porque la población aumenta también en un porcentaje similar, con lo que la renta per cápita, variable que mide, aunque sea con toda la relatividad posible,  el nivel de riqueza de un país, apenas se eleva.

No obstante, una nación es un colectivo muy extenso y a todos no nos va lo mismo en la fiesta. La renta per cápita es una media y, como toda media, simplificadora de la realidad. Para lograr una representación más fundada del bienestar conviene que consideremos también la distribución y en esta faceta las nuevas cifras arrojan una información interesante. En primer lugar, la tasa de productividad se ha reducido aún más de lo que pensamos, señal evidente de que los nuevos puestos de trabajo son de tan baja calidad y tan reducido salario que disminuyen la media de la productividad de todo el sistema. Ésta es la principal característica de los empleos que se han creado en los últimos años y en buena parte explica su elevado número.

Como corolario de lo anterior, los costes laborales unitarios también descienden, incrementándose fuertemente el beneficio de los empresarios y las rentas de capital, lo que eufemísticamente llamamos excedente empresarial, que aumenta su participación en el PIB en un 2% mientras que la participación de los salarios se reduce el 1,55%. Por referirnos a algún sector, es representativo señalar que los beneficios empresariales en la construcción se han duplicado en cinco años. A lo mejor, este dato algo explica de la fuerte elevación que ha sufrido el precio de la vivienda.