El Banco de España se aprovecha
No existen dudas. Mal que le pese al presidente del Gobierno, estamos en crisis. La prueba más evidente de ello son las declaraciones del gobernador del Banco de España. Ha pronunciado el discurso clásico de los Bancos Centrales en tiempo de dificultades económicas. Al Banco de España nos lo quieren presentar como un oráculo, pero toda su sabiduría se reduce a adoptar el papel de altavoz de los poderes económicos y en divulgar la teoría y doctrina que a estos más les conviene. Su protagonismo se incrementa con las crisis económicas. Estas le sirven de coartada para amenazar con todo tipo de cataclismos y calamidades si no se cumplen sus recetas; recetas que, por supuesto, se orientan siempre en la misma dirección.
Da la impresión de que la única manera de salir de la crisis es adoptando medidas antisociales. El discurso, por reiterativo, resulta aburrido. Moderación salarial y contención del gasto público. Tras el eufemismo de la moderación salarial lo que se esconde es el intento de que los trabajadores disminuyan poder adquisitivo y participación en la renta nacional. A este objetivo van encaminadas las medidas que se proponen, especialmente la desregularización de las relaciones laborales y de la negociación colectiva, de manera que los trabajadores y las organizaciones sindicales pierdan fuerzan y se vean obligados a aceptar las condiciones de los empresarios.
Lo más grave de tal planteamiento es que durante los diez años largos que ha durado la bonanza económica los trabajadores no han participado de ella, apenas han mantenido el poder adquisitivo, mientras que en muchos casos los beneficios empresariales engordaban de forma obscena. Los incrementos salariales no llegaban al cuatro por ciento; sin embargo, la mayoría de los beneficios empresariales se han situado año tras año en tasas de dos dígitos. Si a alguien no se puede responsabilizar de la crisis ni de la inflación es a los trabajadores. La moderación que ahora se les exige la han venido practicando ya durante todo este tiempo.
Es verdad que en las actuales tasas de inflación hay un componente importado -precio del petróleo y de las materias primas-, pero a la hora de encajar estos incrementos en los precios interiores no hay que mirar tanto a los salarios como al excedente empresarial, único que posee margen para asumirlo. Se afirma que el incremento de los salarios tiene que adecuarse a la evolución de la productividad. De acuerdo. Pero esa adecuación debe ser la de los salarios reales, es decir, después de que se ajusten por el aumento de los precios.
Mayor descaro tiene, si cabe, la pretensión de ligar la actual crisis económica a la reforma del sistema público de pensiones. No existe relación ninguna. De haber algún problema con las pensiones (que no tiene por qué haberlo si existe voluntad política de mantenerlas) es estructural, y en ningún caso puede estar ligado a una crisis concreta que, por muy grave que sea, va a tener carácter coyuntural. Da toda la impresión de que lo que se pretende es que aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid.... es decir, utilizando el miedo de la gente ante la crisis, dar una vuelta de tuerca más al desarme de las pensiones.
El Banco de España pide al Gobierno la reforma del sistema porque, según él, amenaza las finanzas públicas. Entre los problemas más graves que constriñen a España en la actual crisis no está precisamente el de las finanzas públicas. El mismo Gobierno y el propio Banco de España no han parado de repetir que nuestro país se enfrentaba a las actuales dificultades en una situación privilegiada debido a la buena salud del erario público. Tanto este Gobierno como el anterior se han vanagloriado de la constitución del fondo de reserva de la Seguridad Social.
Si a largo plazo las finanzas públicas pueden tener dificultades no será por las pensiones, sino por las progresivas reformas fiscales que unos y otros gobiernos vienen acometiendo (IRPF, Sociedades, Patrimonio, Sucesiones). Tal vez el Banco de España debería arremeter contra la reducción de la progresividad en el IRPF, la disminución progresiva de los gravámenes sobre las rentas de capital y de los beneficios empresariales, la eliminación del Impuesto de Patrimonio y del de Sucesiones, etcétera. Todas estas modificaciones han ido restringiendo la riqueza y el colectivo susceptibles de imposición y, por lo tanto, restando capacidad recaudatoria a nuestro sistema fiscal.
El sistema público de pensiones es perfectamente viable y no necesita reformas (en todo caso, estas deberían acometerse para hacerlo más generoso), pero su viabilidad no radica en ningún fondo estrambótico, sino en la voluntad política de mantener impuestos progresivos y potentes.
El Banco de España debería recordar que en el origen de las actuales dificultades económicas no se encuentra ni el comportamiento de los salarios ni el de las finanzas públicas. Quizá, por ejemplo, tendría que dirigir la vista a las modificaciones introducidas por las entidades financieras en las que el propio Banco Central tiene obvias responsabilidades. El haber pasado de tipos fijos a tipos variables en los créditos hipotecarios ha generado en muchos consumidores e inversores la ilusión de que podían hacer frente a una hipoteca que estaba por encima de sus posibilidades y que sólo resultaba factible en una coyuntura de intereses excepcionalmente bajos. En buena medida su espejismo ha sido la causa de la burbuja creada durante todos estos años en el sector de la construcción y que ahora se pincha. Eso sí, con pingües beneficios para muchas empresas.
Habría que poner atención también a la política del Banco Central europeo, a cuya formación el Banco de España colabora y ahora ensalza. Su dogmatismo monetarista manteniendo tipos de interés elevados y con importantes diferenciales con respecto a las tasas americanas está agravando y acelerando la crisis económica.