Por
2500 euros
La vicepresidenta económica afirma que
sobran la mitad de los ministerios. Es una reflexión adecuada, incluso diría
que hasta es posible que se haya quedado un poco corta. A tenor de los
estatutos que se están aprobando, y según vayan desarrollándose, es muy posible
que lo que realmente termine sobrando sea el cien por cien de los departamentos
ministeriales, al vaciar al Estado de competencias. Claro que entonces también
sobraría la señora vicepresidenta. Sin duda esta conclusión no estaba entre sus
objetivos. En la reunión de subsecretarios pretendía más bien lanzar una
arenga, un poco trufada de bronca, una llamada al combate, a la agitación
electoral, una incitación a que muestren a la ciudadanía unos ministerios
activos con múltiples proyectos. Un ejemplo a seguir, los 2.500 euros de los nasciturus.
Esta medida se ha tildado de demagógica y
oportunista. Ante todo por el sitio y la ocasión en que se realizó el anuncio,
el Debate sobre el estado de la nación; pero también porque no se ha guardado
el menor respeto por los procedimientos y las instituciones, pasando
olímpicamente del Parlamento. Una vez más, el programa del PSOE coincide con el
del PP, o más bien el PSOE deja sin programa a
Es posible que los
2.500 euros concedan más votos al partido socialista. Lo que no es seguro es
que la medida, a pesar de la viñeta de “El Jueves”, incremente la tasa de
natalidad. Resulta bastante dudoso que nadie se decida a tener un hijo porque
le concedan una subvención de 2.500 euros. Hay, no obstante, otro interrogante
más radical. ¿Hay que incentivar el aumento de la población? Desde una visión
globalizadora –que en teoría tanto gusta a la derecha, y a los que llamándose
izquierda se comportan como la derecha–, la respuesta es claramente negativa.
El gran problema actual del mundo no es la baja natalidad, sino por el
contrario la superpoblación y la explosión demográfica.
Se produce una
cierta incoherencia al preocuparse al mismo tiempo por la baja natalidad y por
la presión migratoria. La antinomia únicamente tiene respuesta desde los
prejuicios fuertemente racistas que, queramos o no, subyacen en las sociedades
occidentales, y que sin duda están adquiriendo mayor virulencia y quedando más
patentes, aun cuando se traten de ocultar, en los nacionalismos que recorren
hoy toda nuestra geografía. Basta con escuchar ciertos discursos con sabor a
naftalina acerca del miedo a perder las identidades nacionales.
Los alegatos en
torno a la baja tasa de natalidad y a sus consecuencias negativas se han
originado en la pretensión sin duda interesada, y muy interesada, de presentar
como evidente la imposibilidad de mantener el sistema público de pensiones.
Desde hace bastantes años se ha querido fomentar la idea de que la financiación
de las pensiones públicas debería recaer sobre las cotizaciones sociales,
teoría que se consolidó y adquirió carta de naturaleza con el Pacto de Toledo.
Quedaba así establecida la relación activos-pasivos de modo que su
desequilibrio en el número a favor de los segundos hace inviable el sistema.
El razonamiento
esgrimido falla en todos sus eslabones. En primer lugar, porque la riqueza y la
renta en todo caso no dependen de la población ni siquiera de la activa, sino
del empleo. De nada vale que la población sea muy elevada si no existen puestos
de trabajos disponibles. Por eso la cantinela acerca de la baja tasa de
natalidad resultaba irónica en momentos en que el paro constituía, y en cierta
forma aún constituye, el problema número uno de los ciudadanos. Por otra parte,
la relación población-población activa no es constante, al menos en
determinados momentos en que se producen cambios estructurales; cambios, como
el de la incorporación de la mujer al mercado laboral, que, aunque con retraso
respecto de Europa, están acaeciendo en nuestro país en las últimas décadas, de
manera que, sin aumentar la producción, generan significativos incrementos en
la población activa.
Los análisis
comparados indican claramente que, a diferencia de lo que ocurría en otras
épocas históricas, no son los países con mayores tasas de natalidad los más
prósperos, sino todo lo contrario. En muchas naciones, la superpoblación
constituye una trampa de pobreza. Los países desarrollados en cambio no se han
caracterizado nunca por fuertes aumentos demográficos. Un número mayor al que
repartir compensa a menudo con creces los incrementos de producción.
La prosperidad de un
país radica sobre todo en la productividad de los puestos de trabajo, y de cómo
se reparta el producto. Lo importante no es la renta global sino la renta per
cápita y ésta ha venido incrementándose substancialmente en todo este periodo
en España, incluso en mayor medida en años anteriores que en el presente, en el
que el PIB crece a ritmos elevados pero también lo hace la población, como
consecuencia de los movimientos migratorios.
Carece pues de toda
razón de ser el discurso alarmista acerca de la viabilidad de las pensiones y
de la baja tasa de natalidad. El peligro surge tan solo cuando se pretende que
el capital se apropie de partes crecientes de la renta, y cuando se propugnan
sistemas fiscales basados exclusivamente en las rentas de trabajo, bien sea
mediante impuestos o cotizaciones sociales, exonerando a las rentas del capital
y a las empresas. Las necesidades demográficas aparecen únicamente cuando convergen
dos hipótesis doctrinales. Por un lado, la pretensión de unos sistemas
productivos basados en enormes plusvalías conseguidas con cuantiosa mano de
obra de baja calidad y mal remunerada y, por el otro, planteamientos
nacionalistas trufados de xenofobia. Pero esto poco o nada tiene que ver con el
bienestar de los ciudadanos, al menos de la mayoría de ellos.