LA
INOPERANCIA DEL G-20
Una vez más, el G-
En la
reunión que los ministros de finanzas y gobernadores de los bancos centrales
han celebrado el fin de semana pasado en París, Sarkozy llevaba una agenda
apretada, pero casi todos los asuntos han quedado en proyectos. No obstante,
también como siempre, todos salieron muy satisfechos de los objetivos
alcanzados. Así lo manifestó la ministra gala de Economía, Christine Lagarde. Sin embargo, todo lo conseguido es tan solo un
simple acuerdo consensuado, un texto en extremo vago acerca de un conjunto de
indicadores que, según dicen, pueden ser representativos de los desequilibrios
financieros.
En
realidad, lo que se ha aprobado es únicamente un marco de referencia, sin
cuantificar ni definir, de parámetros muy diferentes y agrupados sin ningún
orden ni concierto y, desde luego, no supone ningún compromiso para los
distintos países. Es muy posible que sea lo único que se ha podido alcanzar y
que su finalidad sea aparentar que la cumbre no ha sido en vano. Lo cierto es
que los intereses particulares de cada país se imponen siempre sobre cualquier
otra consideración, con lo que así es imposible pactar las realidades más
evidentes y de estricto sentido común.
De
sentido común era concluir que los desequilibrios financieros a considerar,
debían ser ante todo los exteriores y que es sobre las variables exteriores
sobre las que hay que incidir y comprometerse. Todo, debe centrarse alrededor
de la balanza de pagos por cuenta corriente y de los déficits o superávits que
presenta en los distintos países. Junto a este desequilibrio básico merodean
otras magnitudes que o bien son su causa o su efecto y que pueden ser buenos
indicadores de estos desajustes, principalmente el tipo de cambio o el stock de
reservas. El mantenimiento de tipos de cambio irreales con fuertes fisuras
entre el nominal y el efectivo tiene por fuerza que crear en algunos países
déficits exteriores y en otros, superávits. La acumulación de reservas indica
casi siempre que el país en cuestión manipula su tipo de cambio con la
finalidad de contener de forma artificial su apreciación.
Son
estas variables las que habría que haber fijado como indicadores de los
desequilibrios financieros y haberlas sometido a compromisos ciertos por parte
de los países. Pero a ello se oponen China y otra serie de estados que juegan a
obtener una ventaja comparativa a base de mantener un tipo de cambio
depreciado. La negativa insuperable de estos gobiernos ha ocasionado un acuerdo
descafeinado y desvaído, acudiéndose a otras variables que solo de forma
indirecta puede decirse que influyen en los desequilibrios: déficit público y
deuda pública, endeudamiento y ahorro privados, etc., aunque estas variables
únicamente constituyen un indicador eficaz en la medida en que influyan en el
déficit exterior. Por ejemplo, tanto la deuda pública como la privada no
tendrán ningún impacto si su contrapartida son activos nacionales. Por otra
parte, la única razón para hacer referencia al déficit o superávit comercial y
no al de por cuenta de renta se encuentra en los intereses de China.
Sarkozy
llevaba otras dos propuestas que han quedado en el tintero. Por supuesto, la
llamada tasa Tobin. A pesar de las declaraciones favorables de los políticos,
lo cierto es que no parece que estén inclinados a poner en funcionamiento algo
parecido. La otra gran iniciativa planteada por el presidente francés es el
establecimiento de un sistema monetario internacional. Pero este debería estar
compuesto por algo más que la creación de una cesta de monedas que desplace al
dólar. Es difícil dar ningún paso en este sentido con países como China que
tienen el tipo de cambio de su moneda intervenido. La creación de la cesta de
divisas no constituiría ningún adelanto. En la actualidad, nada impide a
Francia o a China tener una composición de sus reservas en una proporción
similar a la que tendría la supuesta cesta.