La
nueva colonización de las Américas
No deja de sorprender la llamada cláusula
democrática introducida en Quebec por los países firmantes del acta de
constitución de ese invento peligroso llamado Área de Libre Cambio de las
Américas (ALCA) y por la que se condiciona la pertenencia, a poseer el pedigrí
de demócrata. Si el tema fuese en serio el ALCA quedaría vacío, porque
democracia lo que se dice democracia es difícil encontrar en ninguno de ellos,
comenzando por Estados Unidos. ¿O no recuerda ya Bush cómo llego a ser
presidente, y el papel que los lobbys y
fuerzas económicas tienen en las elecciones?
Lo único que Bush pretende con esa cláusula
es disponer de la llave con la que abrir o cerrar la puerta a los
participantes. Será, como siempre, Estados Unidos quien establezca los cánones
y conceda o deniegue el carné de demócrata.
La democracia está totalmente ausente del
proyecto, desde el mismo momento que éste se cierra a cualquier tipo de unidad
política o social. Exclusivamente libre comercio, libre mercado. Si se reprocha
a la Unión Europea su enorme déficit democrático, podemos imaginarnos el que se
producirá en el ALCA - si es que al fin termina llevándose a cabo- , cuando de
partida existe una negación explícita a asumir todo elemento de integración
social y política. Sólo mercado. Hay que reconocer, que al menos no se engaña a
nadie y que no se emplea esa moralina tan transcendental y metafísica que
utilizamos en Europa. Aquí todo esta claro desde el
principio.
El ALCA pretende sólo perfeccionar la nueva
forma de colonización que los países ricos, en este caso Estados Unidos y
Canadá, tienen en la actualidad: el libre cambio. La doctrina del librecambio,
que parte de David Ricardo y llega a nuestros días sin grandes innovaciones en
los fundamentos esenciales, aplica la división del trabajo al comercio
internacional y establece que la mejor política en este campo es la de la
absoluta libertad, de manera que cada país se especialice en aquellas
actividades para las que disponga de "ventajas comparativas".
Pero ¿qué sucede cuando uno o varios países
carecen, casi por completo, de ventajas comparativas en la fabricación de los
productos?, o viceversa ¿qué ocurre si tan sólo uno o dos países son los que
concentran las ventajas comparativas en la casi totalidad de los bienes? Los
países más competitivos terminarán arrasando y adueñándose de todos los
mercados y los menos competitivos apenas lograrán exportar. Los más
desarrollados se harán más ricos y los atrasados se hundieran más y más en la
pobreza. El pez grande se come al chico.
De hecho, al analizar la historia se
comprueba que ningún país, excepto Gran Bretaña por ser el primero, ha logrado
industrializarse sin una cierta dosis de proteccionismo y de barreras
arancelarias que defendiesen a las empresas nacionales nacientes de la
competencia de la industria extranjera, mucho más desarrollada. Así actuó,
desde luego, Estados Unidos.
El libre cambio tiene efectos tanto más
devastadores cuanto más heterogéneos son los países participantes. De ahí que
el juicio a realizar sobre el ALCA tenga que ser por fuerza negativo. El futuro
mercado común estará integrado por 800 millones de personas y representará el
20% y el 40% del comercio y del PIB mundial, respectivamente. Pero lo cierto es
que todo ello se distribuye de una manera harto desigual. Canadá y Estados
Unidos acaparan el 78% del PIB regional. El restante 22% se reparte entre los
otros 32 países, y también con enormes diferencias: Brasil, por ejemplo,
absorbe el 10%. Y qué decir de la renta per cápita, cuando la de Estados Unidos
o Canadá es aproximadamente diez veces superior a la de Nicaragua, Bolivia,
Guatemala o Ecuador, y veinte veces superior a la de Haití.
El ALCA no es más que una exigencia de las
grandes empresas multinacionales. Hoy, nos movemos en un mundo de economías de
escala, lo que explica la tendencia a ampliar lo más posible los mercados al
tiempo que se persigue el monopolio, porque cuanto más amplio es el mercado que
se domina, más probabilidades hay de reducir costes.
Existe, pues, junto a la localización geográfica, una segmentación de los
mercados en la que, en realidad, cada empresa actúa como monopolista de sus
propios productos diferenciados.
Si los países americanos terminan aceptando
el caramelo envenenado que les ofrece Bush, hipotecarán su futuro y se habrán
resignado a permanecer de forma indefinida en el subdesarrollo.