La
financiación de los partidos
Con extrema ligereza
otorgamos a los sistemas políticos la calificación de democráticos. Basta con
que existan partidos y se celebren periódicamente elecciones. Y, sin embargo,
otras muchas condiciones se precisarían para poder hablar en puridad de
democracia. Hace ya mucho tiempo que se consideró la desigualdad social y
económica como un obstáculo serio, y se reparó en el peligro de que el dinero
interfiriese en el juego político hasta desvirtuarlo. De ahí la importancia que
cobra el problema de la financiación de los partidos. No es ningún secreto que
las posibilidades de éxito electoral aumentan en proporción a los recursos con
que cada formación política cuenta.
Este verano, el
partido en el gobierno ha vuelto a poner el tema encima de
La financiación
privada, de consentirse, debería tener un carácter muy subsidiario. Habría que
limitar la aportación de cada donante, lo que implica la prohibición de
aportaciones anónimas, pues, de lo contrario, de poco valdría la limitación
anterior. La transparencia es además un buen criterio de higiene democrática.
Que todo el mundo sepa quiénes son los que financian a cada uno de los partidos.
Iguales razones
abogan a la hora de excluir a las personas jurídicas. Es evidente que a través
de ellas, e interpuestas unas a otras, convertirían la limitación individual en
una farsa y extenderían un velo de opacidad sobre el origen de