El
poder en las Cajas de Ahorro
Las
sociedades suelen ser bastante farisaicas. Desde luego, la nuestra lo es. Lo es
cuando exige a los políticos que asuman valores y comportamientos muy alejados de
las pautas sociales, que ni se aplican ni rigen en el ámbito privado. Se ha
producido una inversión en los juicios. Desde “El Príncipe” de Maquiavelo hasta
el “Mirabeau” de Ortega se venía defendiendo que el
político no está sometido a los preceptos éticos que rigen para el común de
confesores. En la política todo estaba permitido. En los momentos actuales,
ocurre lo contrario: manga estrecha para el político y extremadamente ancha
para el mundo de los negocios. Y, a lo mejor, tal cambio tiene su lógica,
lógica perversa, y es que el verdadero príncipe tal vez hoy no sea el
gobernante sino el banquero, el empresario o el alto ejecutivo.
Todo el mundo parece rasgarse las vestiduras con las
actuales luchas por el control de la Caja de Ahorros de Madrid, pero al mismo
tiempo se considera como la cosa más natural que tales enfrentamientos se
produzcan en un banco o en una empresa privada. La aseveración de que la
política interfiere en las entidades financieras es causa automática de
descalificación y de inmediato se contrapone a los criterios profesionales,
olvidando que los criterios profesionales están siempre al servicio de alguien.
El problema
es el mismo, un problema de poder y de quién o quiénes lo consiguen. Hoy, mal
que bien, se admite que el poder político debe ser democrático, pero en cuanto
se trata del poder que surge del dinero cualquier viso de democratización se
rechaza de antemano. Después de las privatizaciones, que han significado sin
lugar a dudas una transferencia de poder del ámbito democrático al de los
intereses particulares, las Cajas de Ahorros constituyen uno de los pocos
sectores en los que el poder todavía obedece a criterios mínimamente
democráticos.
Aun cuando
las Cajas se definen como privadas, lo cierto es que, al carecer de propietarios
particulares en sentido estricto, pertenecen a la sociedad -determínese ésta como se determine-, y es a las instituciones y a los órganos de
gobierno de la sociedad a los que hay que encomendar su control.
Las Cajas
de Ahorros nacieron de una necesidad social. En un Estado liberal que
renunciaba a toda intervención económica sólo quedaba la lógica implacable del
mercado y del lucro privado. Diferentes iniciativas pretendieron paliar los
graves efectos de este juego darvinista. El sector crediticio y financiero
precisaba en mayor medida que ningún otro de contrapesos correctores. Pero en
el Estado Social, en el que los poderes públicos democráticos asumen esta
función, instituciones benefactoras como las de las Cajas de Ahorros quedan en
tierra de nadie. Lo lógico es que hubiesen pasado a integrarse en el sector
público. Bien es verdad que, dados los tiempos que corren, a esta fecha
estarían todas privatizadas tal y como lo está la Caja Postal.
La solución
adoptada a principio de los ochenta fue mixta. Que sus órganos de gobierno
estuviesen integrados por representantes de las Comunidades Autónomas,
Ayuntamientos, organizaciones sindicales y empresariales, depositantes,
etcétera. El sistema puede que no sea perfecto, pero no cabe duda de que es bastante mejor que el que rige en las instituciones
financieras privadas, en las que difícilmente se sabe quién manda y a quién
representan los que mandan. Bastante mejor por ser más democrático, y porque
frente a los enormes escándalos y crisis que han azotado a los bancos durante
los últimos treinta años, con un coste enorme para el erario público, las Cajas
de Ahorros se han escapado bastante bien.
¿Luchas por el poder? Por
supuesto, pero ¿acaso no se dan en las entidades privadas y de manera mucho
menos transparente? ¿Por qué escandalizarse de que el PSOE quiera cambiar al
presidente de la Caja de Ahorros de Madrid? ¿Acaso no lo hizo el PP en 1996, y
no lo había hecho el PSOE con anterioridad? ¿Por qué escandalizarse de que el
PP haya pactado con Comisiones Obreras? En todas las Comunidades Autónomas, los
Consejos de las Cajas se han configurado de acuerdo con la correlación de
fuerzas; pero ese es el juego democrático, sobre todo porque los ciudadanos
pueden influir en esa correlación de fuerzas, cosa que en absoluto ocurre en
las entidades privadas. Hablar de criterios profesionales es simplemente
entregar el poder a una elite que no representa a nadie.