Las
grandes líneas económicas 1989-2004
Si existe
un fenómeno que haya caracterizado la economía española a lo largo de estos
quince años es su incorporación a lo que se ha dado en llamar capitalismo
global, y es también en este periodo cuando ese capitalismo global ha
crecido y se ha consolidado en Europa. La apertura exterior de nuestra economía
se venía produciendo desde muy atrás, desde 1960. Incluso se podría situar la
fecha de 1986, con la incorporación al Mercado Común y la desaparición por
tanto de los últimos restos de medidas proteccionistas, como el momento clave
en el proceso de globalización de nuestro país. No obstante, tal como afirma Osoros, la adopción del libre comercio no es suficiente
para calificar a un sistema de capitalismo global, sino que se precisa también
la libre circulación de factores de producción -en especial el capital-, y es en 1989 con la entrada en vigor del Acta
Única, cuando la libre circulación de capitales se adopta en toda Europa y, por
lo tanto, en España.
Las mismas
cifras de comercio exterior corroboran lo dicho. El grado de apertura de la
economía española (medido por el porcentaje que la suma de importaciones y
exportaciones representa del PIB) apenas varía de
Desde el
primer momento, los hacedores del proyecto europeo comprendieron la
conveniencia de que la libre circulación de capitales se complementase con
La
experiencia no resultó nada satisfactoria. Entre septiembre de 1992 y agosto de
1993 tres monedas europeas, entre ellas la peseta, sufrieron repetidos ataques
de los mercados financieros, haciéndose patente así que los gobiernos eran
impotentes para defender sus divisas si se desataba contra ellos
Podría
pensarse que el fracaso cosechado por el SME iba a dar al traste con el
proyecto de Unión Monetaria, pero la reacción de los mandatarios
internacionales fue
El proceso
de globalización económica ha generado otros dos fenómenos sustantivos en esta
etapa: las privatizaciones y las fusiones. Las instituciones de Bruselas han
situado como uno de sus principales objetivos la eliminación de todas aquellas
trabas que pudieran obstaculizar el funcionamiento competitivo de los mercados
y han forzado a los Estados Miembros a su liberalización. Es cierto que no es
lo mismo liberalizar que privatizar. No hay nada en el Tratado de la Unión que
se oponga a la propiedad pública de determinadas empresas. Las únicas
restricciones han ido encaminadas a que los gobiernos no rompiesen las reglas
del juego favoreciendo a las sociedades estatales con ayudas públicas, en
perjuicio de otras empresas privadas. Criterio que puede ser un tanto
discutible ya que esa actitud rigorista no se ha aplicado de la misma manera a los grandes holding privados que sí pueden beneficiar a
sus filiales mediante sistemas más sibilinos como el de los precios de
transferencia.
En cualquier caso, muchos gobiernos han identificado
en la práctica liberalización con privatización. Concretamente en España a lo
largo de estos años se ha vendido la casi totalidad de las empresas públicas,
originándose un colosal cambio de propiedad. Lo elevado de las cifras
constituye un buen indicador de la importancia del fenómeno: más de siete
billones de pesetas entre los gobiernos del PSOE y del PP. Sea cual sea el
juicio sobre este hecho lo cierto es que ha constituido una revolución
económica, solo comparable a la desamortización de Mendizábal, y que ha
afectado a todos los sectores estratégicos: electricidad, gas, petróleo,
transportes, comunicaciones, banca, etcétera. La gran mayoría de estos mercados
están aún muy lejos de liberalizarse, habiéndose cambiado tan sólo monopolios
públicos por oligopolios privados.
Si en el
ámbito industrial y especialmente en el manufacturero se puede hablar de un
mercado único dentro de la Unión, la situación es diferente en los servicios.
De hecho, en muchos de ellos los mercados continúan siendo locales, en poder de
las empresas nacionales, y en buena medida cerrados por distintos mecanismos a
las sociedades extranjeras, que cuentan con obstáculos infranqueables. En esta
ambigüedad se mueve el fenómeno de las fusiones. Por una parte, las empresas
tienden a ellas con la excusa de tener que actuar en mercados mucho más amplios
y de que para poder competir precisan incrementar su tamaño; pero, por otra, al
continuar los mercados en buena medida cerrados, los gobiernos y
La libre
circulación de capitales ha dejado también su impronta en el ámbito fiscal,
laboral y social. El argumento de que el capital podría emigrar a parajes más
acogedores presiona sobre todos estos ámbitos de la realidad económica. A lo
largo de esta etapa se mantiene la necesidad de liberalizar el mercado laboral,
es decir, eximir a los empresarios de todo tipo de obligaciones que no sean las
pactadas directamente con los trabajadores. Las condiciones laborales se
deterioran y los salarios crecen bastante menos que el excedente empresarial.
En política fiscal, se defiende la conveniencia de reducir el gravamen a los
empresarios y a las rentas de capital, se combate la progresividad en los
impuestos y se prefieren los indirectos frente a los directos; y en cuanto a la
protección social, se opta por urgir su modificación en la idea de que en una
economía globalizada resulta imposible conservar el estatus actual. Al son de
la nueva palabra mágica, competitividad, en toda Europa se suceden las reformas
laborales, fiscales y sociales, aunque en honor a la verdad hay que afirmar que
la resistencia de los trabajadores y los sindicatos ha impedido en ocasiones
que se llevasen a cabo, o al menos que se aplicasen en su totalidad.
Resumiendo, en esta etapa se ha iniciado en Europa y
concretamente en España una verdadera revolución económica que se traduce en un
cambio sustancial de los parámetros políticos y sociales: incorporación al capitalismo
global, apertura de la economía al exterior, moneda única, con una política
monetaria común y autónoma de los gobiernos y del Parlamento europeo,
desmantelamiento del sector público empresarial, fusiones y concentración de
empresas, desregulación del mercado laboral, políticas fiscales más regresivas
y reformas que tienden a la reducción de lo que se ha dado en llamar Estado del
bienestar. Tal cambio, por supuesto, se venía incubando en los años anteriores;
sus últimas implicaciones y consecuencias están por llegar. Quizás ni las
imaginamos. El futuro dirá.