Regulación,
pero no solo financiera
Según
avanza la crisis económica, se escuchan cada vez más voces, muchas de ellas de
conversos, que afirman que se necesita menos mercado y más Estado. No estoy
seguro de que sean conscientes del significado de la consigna y de hasta qué
punto están dispuestos a llevarla adelante, o si todo va a quedar en una frase
hábilmente empleada para justificar los pecados pasados. Después de esta crisis
será difícil defender seriamente la autorregulación de los mercados. Tanto los
liberales como los no liberales han vuelto la vista hacia el Estado demandando
árnica. Lo malo es que durante años se ha ido debilitando y atando de pies y
manos a ese Estado al que ahora todos pedimos auxilio.
Los
mercados necesitan regulación, pero no solo el financiero. La crisis, que
proviene ciertamente del mercado del dinero, se ha trasladado al sector real de
la economía con consecuencias mucho más graves de lo que cabía prever, dada la
enorme desregulación a la que hemos sometido al mercado laboral, ya que
cualquier dificultad económica se transmite inmediatamente y de forma total al
empleo.
Lo lógico
sería esperar que la crisis afectase principalmente a la cuenta de resultados
de las empresas y, en mucha menor medida, y solo parcialmente y en
circunstancias críticas de una sociedad, se trasladase a los asalariados. Si en
los doce últimos años, época de auge, los beneficios empresariales se
dispararon sin que los trabajadores tuviesen parte en el festín, debería
suponerse que en los momentos de vacas flacas se aminorarían los resultados de
las empresas, incluso que incurrirían en pérdidas, antes de reducir el empleo.
Pues no, aquí las empresas son traslúcidas desde el primer momento y dejan que
el impacto se transmita íntegramente a los gastos de personal. Es más, en algún
caso se tiene la sospecha de que las grandes compañías, aprovechando que el
Pisuerga pasa por Valladolid, utilizan la crisis para ajustar las plantillas,
pero, eso sí, a un precio más económico.
Con un
tercio de los ocupados con contratos temporales, es fácil entender que el
ajuste se traslade inmediatamente a los trabajadores y que el desempleo crezca
a un ritmo exponencial. La desregulación del mercado laboral ha conducido a que
las grandes sociedades hayan externalizado los servicios, originando que gran
parte del personal que trabaja para ellas no lo haga jurídicamente, sino que su
relación laboral sea con una empresa subcontratada, en muchos casos casi
fantasma. Las circunstancias económicas de las primeras en ningún caso
justificarían los despidos, pero les resulta extremadamente fácil cancelar el
contrato de las subcontratadas, que, al carecer a menudo de toda estructura
económica, pueden desaparecer dejando a los trabajadores en la calle.
Existe el
peligro de que se genere un círculo vicioso. Aun cuando la crisis tenga su
origen en un estrangulamiento financiero -que los líderes europeos nunca
deberían haber permitido que ocurriera, especialmente consintiendo una política
monetaria restrictiva-, lo cierto es que actualmente está sustentada en una
contracción de la demanda, que será mucho mayor según las cifras de paro vayan
aumentando, sobre todo si se mantiene, tal como ocurre en la actualidad, una
cobertura del seguro de desempleo muy raquítica.