Cataluña y los catalanes

Creo que fue Samuel Johnson el que afirmó que el patriotismo es el último recurso de los canallas. Yo diría que no sólo de los canallas, también de los mediocres, de los anodinos, de los incapaces, de aquellos que desconfían de sus propias posibilidades y acuden a refugiarse en la colectividad. La única forma que tienen de sentirse importantes es la pertenencia a un colectivo importante, de ahí su espíritu gregario. Maragall ha hecho en las cortes catalanas una afirmación sorprendente. En Madrid, dice, se confunde Cataluña con el nacionalismo catalán y en ese Madrid incluye a Suárez, González y al propio Zapatero. Yo creo que quien confunde Cataluña con el nacionalismo catalán es el nacionalismo catalán, es decir, el propio Maragall. Pujol se escudaba en Cataluña y tenía la rara habilidad de vender toda crítica a su persona como ataque a Cataluña. Maragall y el PSC pretenden hacer lo mismo y por ello han tachado de anticatalanistas a todos los que consideran un grave riesgo trocear el Estado. El mismo eslógan que han escogido para su campaña a favor del Estatuto es buena muestra de ello, identifican el no en el referéndum con ir en contra de Cataluña.

En realidad, ya no se sabe quién es más nacionalista si Convergencia i Unió, Esquerra o el PSC. A la mayoría de los políticos catalanes se les podría aplicar la frase de Johnson, identifican los intereses de Cataluña con sus intereses. Cierto es que tal actitud no es exclusiva del nacionalismo catalán ni del vasco ni del gallego, se va extendiendo por toda España. Al amparo de la España de las Autonomías, se ha consolidado en la periferia una casta de políticos, sean del partido que sean, cuyos intereses se encuentran unidos a ese proceso de disgregación. El espíritu provinciano y paleto de exaltación de la comunidad, de la región o de la provincia surge de la pura conveniencia personal, del convencimiento de su propia mediocridad, del conocimiento de su incapacidad para jugar en primera división, al tiempo que se sienten aptos para participar en la liguilla local. Esa es la razón de que los cargos y carguillos se hayan multiplicado casi al infinito. Benavente supo expresar magníficamente cómo una red de intereses creados resulta ser la mejor defensa de cualquier fábula o embuste. Hasta el lenguaje se ha hecho tramposo. Se habla de incrementar el autogobierno de Andalucía o de Cataluña, como si los ciudadanos estuviesen más y mejor representados en un parlamento autonómico que en las cortes generales o en un gobierno regional que en el central. Se habla de dar más competencias a Madrid, a Cataluña o al País Vasco cuando en realidad las competencias a quienes se transfieren es a los políticos madrileños, vascos o catalanes.

La utilización espuria del patriotismo no queda circunscrita a los políticos, también las fuerzas económicas se escudan en él para defender sus intereses.  La Caixa o Gas Natural se amparan en el catalanismo para obtener prebendas y utilidades. Repsol, el BBVA o el Santander pretenden convencernos de que sus intereses en América Latina son los intereses de todos los españoles. Y hasta los análisis económicos confunden a España con los españoles. España va bien, afirmaba el anterior Gobierno; España continúa yendo bien, afirma el actual. Ambas aseveraciones se fundamentan en las cifras macroeconómicas. Uno y otro Gobierno se han sentido o se sienten orgullosos de que las tasas de crecimiento del PIB sean superiores al 3% y más altas por lo tanto que las de la mayoría de los países europeos. Pero que la economía española crezca por encima de la media no quiere decir que la de todos los españoles lo haga en la misma medida. Los beneficios de las empresas, especialmente de las grandes compañías, sí presentan año tras año incrementos fabulosos del 20, del 40 y hasta del 80%; pero las últimas estadísticas indican que los salarios suben por debajo de la inflación. ¿De qué le sirve a la mayoría de los trabajadores que la economía española se incremente en términos reales al 3%, si sus retribuciones pierden poder adquisitivo? Seguro que preferirían que el PIB creciese menos, pero que les llegase a ellos algo de ese crecimiento. Y es que lo que llamamos a menudo el bien de España no es precisamente el bien de la mayoría de los españoles, al igual que el de Cataluña no es el de la mayoría de los catalanes.