La pinza
Pocas
frases tan repetidas como la de Samuel Johnson: “El patriotismo es el último
recurso de los canallas”; pero, al mismo tiempo, pocas tan mal entendidas o, al
menos, olvidadas. Hay muchas clases de patriotismo, el más frecuente, el de las
siglas. Yo del Betis manque pierda.
Existe un patriotismo de izquierdas y otro de derechas, frutos ambos de la
adhesión incondicional a una palabra, puro nominalismo a menudo vacío de
contenido. Nominalismo del que algunos obtienen una alta rentabilidad. Enarbolando
la bandera de la izquierda se creen con patente de corso para realizar
cualquier tipo de política. Piensan que se les debe perdonar todo porque, de lo
contrario, vendrá la derecha.
En
realidad, no creen que exista política de izquierdas y de derechas, tan solo
siglas. Hace ya muchos años que tuve la ocasión de participar con el actual
gobernador del Banco de España en un debate en la Fundación Pablo Iglesias.
Socialismo para Fernández Ordóñez era, según dijo, lo que hacen los
socialistas. Seguro que ahora continúa pensando igual, y como es militante del
PSOE, socialista, las políticas que propone deben de ser socialismo de la mejor
especie.
Esta
creencia no es privativa del actual gobernador del BE; en realidad, se ha
extendido por todos los partidos socialdemócratas europeos hasta el punto de
que han estado dispuestos a instrumentar los ajustes más duros y las políticas
más reaccionarias -aquellas que la derecha no se atrevería a adoptar -, en la
creencia de que el estandarte de la izquierda les protegía. Pero quizás ninguno
como el PSOE para creerse inmune al castigo. Hasta ahora el talismán de ser de
izquierdas y un sistema electoral bipartidista le mantenía a salvo. El PSOE o
la derecha, que era algo así como decir el caos. Esa era la encerrona que se le
presentaba al votante y, por supuesto, a Izquierda Unida. La coalición debía
apoyarles incondicionalmente porque “para eso son la izquierda” y, ante
cualquier pequeño viraje en otro sentido, el fantasma de la pinza hacía su
aparición. Así ha ocurrido en los momentos presentes. Ha bastado que en unos
pocos ayuntamientos IU se haya abstenido, facilitando de ese modo la
investidura del PP, para que los voceros mediáticos del PSOE hayan vuelto a
hablar de la pinza. Y no digamos tras lo de Extremadura. No importa que hayan
sido muchos más los lugares en los que el PSOE va a gobernar gracias al apoyo
de Izquierda Unida.
Desde
las atalayas mediáticas del partido socialista se ha afirmado tajantemente que
IU de Extremadura ha dado “una respuesta visceral y no política”. Depende de lo
que se entienda por política. Si la política se concibe como trapicheos por
despachos y poltronas, es posible. Desde luego, respuesta mucho más visceral
sería el votar con los ojos cerrados, guiados exclusivamente por una etiqueta
“de izquierda”. ¿Cabe una respuesta más racional y contrastada que lo que se ha
discutido y debatido en todas las agrupaciones? Se afirma que los partidos
deben ser democráticos, pero al mismo tiempo se tiene como un error, tal como
el lunes pasado era presentado en el editorial de uno de los primeros
periódicos del país, “debatir lo que procedía hacer en las bases”. Viva la
democracia.
El
PSOE ha pretendido aplicar sin coste alguno las políticas económicas y sociales
más reaccionarias. Se ha basado para ello en el bipartidismo, consecuencia de
la actual ley electoral, y en la utilización como escudo de la marca “de
izquierda”. Las últimas elecciones han dejado en claro que esta estrategia ha
comenzado a fallar. La pretensión de ser un partido teóricamente de izquierdas
ha dejado de ser una coraza ante los electores, de modo que muchos de ellos han
decidido superar las adhesiones míticas y mágicas para fijarse racionalmente en
los comportamientos y en las actuaciones. Y en Extremadura, el tabú se ha roto
también por lo que respecta a Izquierda Unida, cuyas bases han pasado de siglas
y de iconos.
Por
primera vez, en IU no se han sentido en la obligación de apoyar
incondicionalmente al PSOE. Porque lo cierto es que la llamada pinza solo ha
existido en el imaginario de algunos. Siempre y en todos los lugares, IU, hasta
ahora, había apoyado con sus votos al partido socialista, allí donde para
gobernar los había necesitado. Afirmar, como hace el editorial antes citado,
que Aznar ganó en 1996 por la pinza entre el PP e IU es un claro ejercicio de
mala fe y de retorcimiento de la realidad. Si el PP ganó en el 96, y lo raro es
que no hubiese ganado en el 93, fue por los errores cometidos por el gobierno
de Felipe González, desde los múltiples, infinitos, casos de corrupción, hasta
los crímenes del GAL, pasando por la implementación de una política económica y
social totalmente conservadora y regresiva que mereció tres huelgas generales.
Pinza,
sin duda, la ha habido y la hay. La que realizan el PP y el PSOE con la ley
electoral para impedir que los partidos minoritarios, no nacionalistas, por
ejemplo Izquierda Unida, no puedan crecer y permanezcan jibarizados.
Pinza es la que mantienen PP y PSOE con el poder económico, estrujando en sus
fauces a la mayoría de los trabajadores. ¿Cómo un partido político puede
pretender ser de izquierdas cuando muchos de sus líderes al abandonar la vida
pública se sientan en los consejos de administración de las grandes empresas,
esas que proponen ERE aún cuando estén obteniendo elevados beneficios? El PSOE
es el que no ha tenido ningún empacho en pactar con la derecha, bien sea
política o económica. ¿Es que acaso hay en España una formación política más de
derechas que CiU? Revísese el diario de sesiones de
las Cortes y se verá que detrás de toda enmienda propiciada por un grupo
económico de presión está CiU preponiéndola.
Y
pinza, más que pinza caballo de Troya, ha sido el juego sucio que el PSOE se
trae desde hace muchos años organizando una quinta columna en el seno de IU,
comprando a cuantos se han dejado comprar de la filas de la coalición, todos
aquellos que clamaban por la unidad de la izquierda. Solo hay que ver dónde se
encuentran ahora. Efectivamente han hecho la unidad de la izquierda, aunque yo
me atrevería a decir que por ese camino a lo que se ha llegado más bien es a la
unidad de la derecha.
Es
enternecedor contemplar la preocupación por el futuro político de IU que se ha
adueñado de algunos comentaristas y medios, conocidos apologistas del PSOE. Es
tal la preocupación que no tienen ningún reparo en
desfigurar la historia y la realidad. No fue precisamente por alejarse del PSOE
por lo que IU cosechó malos resultados electorales. El primer quebranto serio
se produjo en el año 2000, cuando se hizo el pacto programático con el PSOE.
Por cierto que el batacazo fue compartido también por el partido socialista.
Parece que a muchos de sus votantes tampoco les gusta demasiado eso de la unión
de la izquierda, y es que una cosa es la izquierda y otra el progresismo de
salón. Pero, con mucho, el peor resultado se obtuvo en 2008 (un solo diputado),
cuando la política de la coalición había consistido en apoyar abiertamente a
los gobiernos de Zapatero en la legislatura anterior.
En
“El espectador”, Ortega y Gasset dedica un epígrafe a analizar las relaciones
negativas existentes entre fraseología y sinceridad. Identifica la primera con
un pensamiento simple, mítico, utópico. No es que sea falso, sino falsificador
de la realidad, ya que conocida una parte mínima (frase, título, eslogan, etc.)
de un objeto se acepta que el resto de él se adecua perfectamente a lo
conocido, renunciado a estudiar la totalidad en toda su complejidad.
Sin
duda, este análisis se puede aplicar a muchos ámbitos y creencias, pero se
acopla como anillo al dedo a la política y al asunto que venimos tratando.
Fraseología sería quedarse, según Ortega, en las siglas de los partidos y creer
sin más examen que sus comportamientos se adecuan a lo que tales siglas parecen
significar. IU de Extremadura, al menos parte de ella, se ha librado de este
pensamiento ingenuo –en el que parece que IU federal continúa presa— para
adentrarse en uno más racional que, trascendiendo la cáscara, analice la
realidad en toda su complejidad. Quizá lo que ha descubierto es que en este bipartidismo
imperante no existe alternativa. En ese caso, su conclusión ha sido clara: ante
la imposibilidad de alternativa, mantengamos al menos la alternancia.