El reparto de
la tarta
Determinados
conceptos como la lucha de clases están hoy demodés.
Se nos pretende convencer de que, en la actualidad, las clases no existen y que
trabajadores y empresarios tienen intereses comunes. Si se tercia, la CEOE o un
gobierno de derechas no tienen pudor en proclamarse defensores de los parados
frente a las organizaciones sindicales que se preocupan tan solo de los que
disfrutan de un puesto de trabajo. Tal vez por ello es conveniente que ciertos
datos pasen desapercibidos, como los de la distribución de la renta, que
demuestran que las clases –como las meigas– haberlas,
haylas, y que en esa lucha que, se quiera o no se
quiera, siempre se da por el reparto del pastel, los trabajadores llevan muchos
años perdiendo.
A
principios de los ochenta, la remuneración de los asalariados (9 millones de
trabajadores) absorbía el 53% del PIB; en el año 2007, al principio de la
crisis, participaba tan solo en el 48%, y eso que el empleo ascendía a 18
millones de trabajadores. Datos que indican de forma clara el sofisma que se
esconde detrás del discurso que liga la viabilidad del sistema público de
pensiones a los problemas demográficos. Lo que pone realmente en peligro las
pensiones es que la renta nacional se reparta cada vez de manera más injusta,
engordando la porción que se destina al excedente empresarial, es decir, al
beneficio de los empresarios, tanto más cuanto que los distintos gobiernos son
renuentes a gravar fiscalmente estas rentas. En estos años de crisis, la
desigualdad se ha hecho aún más pronunciada y en apenas tres años la
participación de los asalariados ha perdido dos puntos porcentuales, situándose
en el 46% del PIB.
Este
proceso ciertamente no es privativo de España. En mayor o menor medida ha afectado
a todos los países, tal como se puede ver en el informe de otoño de
Pero
si esta tendencia ha sido común a todas las economías, nuestro país se ha
colocado en cabeza, y el descenso de los costes laborales unitarios en términos
reales ha sido bastante más acusado que en la mayoría de los otros países –por
ejemplo, que en
Desde
la constitución de
La
verdadera razón, no abiertamente confesada de la reforma laboral, es forzar a
la deflación salarial en la creencia de que actuará como una devaluación
interior, pero la fórmula falla si, tal como ocurre desde hace muchos años, la
contención salarial en lugar de contribuir a moderar los precios se orienta a
incrementar los beneficios de los empresarios.