Europa ante Pittsburgh

El próximo día 25, en Pittsburgh, se reunirá de nuevo el G-20. Con tal motivo, los ministros de Finanzas de la Unión Europea se congregaron el jueves pasado en Bruselas para consensuar una posición conjunta que llevar a la Cumbre. El primer acuerdo tomado fue mantener los planes de estímulo y, al mismo tiempo, preparar una estrategia de salida para cuando la recuperación se consolide.

 

Está claro que los líderes europeos, a pesar de sus múltiples declaraciones sobre la necesidad de cambiar de orientación, continúan esclavos de la ortodoxia y de su pacto de estabilidad. No se entiende qué quieren decir con eso de “preparar una estrategia de salida”. Cuando la economía se recupere no hará falta buscar ninguna salida porque los propios estabilizadores automáticos irán reduciendo el déficit. Pero primero tiene que recuperarse la economía. Ahora es tiempo de crisis y continúa siéndolo por más que Alemania y Francia hayan obtenido un 0,5% por cierto de crecimiento en el último trimestre (sólo hay que mirar las cifras de paro de todos los países) y, por lo tanto, de preocuparnos por los planes de estímulo y dejar en paz el déficit público.

 

Lo que no parece muy coherente es practicar una política expansiva y contractiva a la vez, porque entonces lo único que se logra es marear a la economía y a los ciudadanos. Me temo que eso es lo que está ocurriendo en algunos países, y desde luego en España. Por una parte, el Gobierno lleva un documento al G-20 absolutamente correcto, defiende la permanencia de las medidas de apoyo y aboga por mantener la laxitud de la política monetaria y, por consiguiente, los tipos de interés al nivel en que se encuentran en este momento. Pero, por otra parte, está preparando un presupuesto con múltiples recortes en el gasto público y una subida de impuestos tales como el IVA.

 

Supongo que esta estrategia tan contradictoria viene originada por los recelos y miedos que en los aparatos burocráticos de Bruselas siguen existiendo frente al déficit público. Resulta verdaderamente sorprendente que con la economía casi en deflación, el comisario de Asuntos Económicos continúe amenazando con expedientes de déficit excesivo. El peligro se cierne especialmente en materia monetaria, ya que los halcones del BCE se apresurarán a endurecer la política y subir el tipo de interés al menor síntoma de mejora. Una precipitación en esa estrategia de salida de la que hablaban los ministros nos puede arrojar de nuevo a la depresión.

 

El segundo acuerdo tomado por los ministros de Finanzas de la UE, y quizás el que más repercusiones mediáticas haya tenido, es el de limitar las retribuciones a los banqueros. La medida parece lógica teniendo en cuenta que las retribuciones desproporcionadas de sus ejecutivos han originado que bastantes entidades financieras se adentrasen en aventuras temerarias y, como consecuencia, sufrieran enormes pérdidas que han tenido que ser asumidas por el erario público.

 

La medida goza, sin duda, de popularidad, pues todo el mundo se  indigna al comprobar que, mientras los contribuyentes se han visto obligados a costear una fiesta muy cara, aquellos que la habían originado se van de rositas y con ingentes sumas de dinero como premio a su ineptitud. Pero por eso mismo existe la duda de si no se trata de una cortina de humo que los gobiernos lanzan para justificarse y para que sea aceptado por la opinión pública el hecho insólito de haber tenido que volcar sobre las entidades financieras una catarata de millones de euros proveniente de los contribuyentes.

 

Asimismo, no se debería tomar a la ligera el peligro de que la crisis se cierre en falso, con medidas más o menos efectistas y con la creencia de que la única causa de la crisis es la malicia y ambición de unos administradores desaprensivos y de los errores de la supervisión financiera, sin percatarse de que todos estos factores son tan sólo la manifestación de desequilibrios más profundos del sistema económico, originados por treinta años de neoliberalismo económico.