El
muro
Como todos los años,
la semana pasada
La afirmación de
Los datos del
informe son estremecedores. Más de cuatrocientos millones de pobres ganan igual
que las quinientas personas más ricas del planeta. Mil millones de personas
tienen que vivir con menos de un dólar diario. La esperanza de vida de los
habitantes de los países con menor índice de desarrollo es treinta y dos años
inferior a la de los habitantes de los países más desarrollados. Entre Noruega
–que ocupa un año más el primer lugar– y Nigeria –que, también un año más,
ocupa el último– la diferencia es abismal. La riqueza media de los noruegos
supera cuarenta veces la de los nigerianos, y éstos viven, por término medio,
la mitad que aquéllos.
Quien piense que un
mundo herido por tal cúmulo de desigualdades puede ser estable se equivoca. A
los países ricos cada vez les costará más mantener el statu quo y salvaguardar
su situación privilegiada. EEUU construye un muro para librarse de la
emigración de los países del sur, para impedir que los pobres accedan a lo que
para ellos aparece como paraíso de bienestar y de abundancia. Europa, a su vez,
se fortifica y se enroca. Tras tantos años demandando la caída del muro de
Berlín ahora construimos otro en sentido inverso. Después de censurar duramente
aquellos regímenes porque cerraban sus fronteras para que nadie pudiese salir,
ahora las cerramos para que no entren. Predicamos la globalización, pero, por
lo visto, sólo para que el capital pueda moverse libremente y empobrecer aún
más a los países pobres. Pero, cuando se trata de personas, la globalización se
convierte en la más absoluta autarquía. El dinero puede moverse las personas
no.
Si EEUU cree que el
muro va a evitar la emigración se equivoca, al igual que se equivoca Europa si
supone que va a evitar con leyes –en España vamos por la quinta– los flujos
migratorios. Ante las desigualdades que el informe de