Retroceder en la historia

Madrid es un agujero, a mayor gloria del alcalde Gallardón y de la presidenta Aguirre que parecen sufrir complejo de faraones y están dispuestos a no dejar ninguna piedra sin mover, ningún crédito sin pedir y ningún constructor sin reconfortar. Como si las necesidades del tráfico fuesen pocas, cada fin de semana nos montan un aquelarre. El pasado fueron los borregos, que tornaron a pasearse por la ciudad, derecho histórico –ahora se lleva mucho– de la Mesta. En cualquier momento tendremos que tirar la Puerta de Alcalá y demás edificaciones para liberar las cañadas reales. ¿Por qué los derechos históricos de la Mesta van a valer menos que los de vascos y catalanes?

En esta sociedad tan contradictoria pasamos de reclamar los derechos históricos de la Edad Media al olvido de la historia reciente. Entre las muchas encuestas realizadas, el pulsómetro de la Ser arroja que al 57% de los españoles la figura de Franco le produce tan sólo indiferencia. La mayoría de los españoles, a la hora de expresar sus sentimientos frente al personaje más siniestro y sanguinario de la reciente historia de España, artífice de cuarenta años de dictadura y causante sin duda de muchos de los males actuales de nuestra sociedad, no encuentra otra palabra que la de indiferencia. Y es que tanto nos hemos esforzados por olvidar y por la reconciliación que hemos inventado una nueva historia sin buenos ni malos, y hay que oír en la radio de los obispos que en realidad los militares no hicieron nada, que el verdadero golpe de Estado contra la República lo promovieron los obreros en el 34. Todo pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla.

La ausencia de memoria no es una enfermedad privativa de nuestro país. El mundo occidental hace tiempo que olvidó el dolor, los sacrificios y las muertes que fueron necesarios para conquistar los derechos laborales y sociales, y por eso, en materia económica, el neoliberalismo económico se ha impuesto como discurso hegemónico expulsando cualquier otro planteamiento. Hoy, el laissez-faire, laissez-passer vuelve a imperar en el campo de la economía.

Estamos condenados a repetir la historia, y la historia nos enseñaría, si no la hubiésemos olvidado, que las libertades formales terminan por destruirse a sí mismas si no se complementan con las libertades reales y que el Estado liberal acaba por corromperse si no camina hacia el Estado social. La negación de los derechos sociales pone en peligro las libertades y la propia democracia, trasformándola en una pantomima. Por eso hoy nuestros sistemas democráticos están convirtiéndose en juegos florales en medio del descrédito más absoluto. En Alemania pueden gobernar en gran coalición el SPD y los conservadores; en realidad sus programas no se diferencian tanto, y lo esencial es no perder el poder. El ciudadano alemán se preguntará que, entonces, para qué ha votado.

En Francia, la Francia de las libertades, ante la rebelión de los barrios pobres se ha tenido que implantar en las ciudades el estado de emergencia. Y Blair ha pretendido aprobar una ley para que la policía pudiese mantener a los detenidos hasta tres meses sin entregarlos al poder judicial. El Parlamento británico, tan garantista, ha reducido el periodo a veintiocho días, el doble de lo actualmente vigente. Y nos parecía abusivo y contrario a los más elementales derechos los tres días de la legislación antiterrorista española. Catorce días, veintiocho días, tres meses. Son cifras que en cualquier otra época nos hubieran hecho calificar a un gobierno de tirano y despótico. Ahora lo consideramos democrático. Siempre me he preguntado el porqué de ese empeño en retener a los prisioneros en las instalaciones policiales sin ponerlos a disposición del juez. Para obtener información, me contestarán. Pero ¿qué información?  ¿Suponen que la van a proporcionar voluntariamente? ¿O es que no es voluntaria?  ¿Estamos hablando de tortura?

Tortura, sí, la practicada por las tropas americanas en Baikrain, en Guantánamo, y en trescientas cárceles secretas con aviones secretos y la complicidad de muchos países europeos y asiáticos. Lo más grave es que cuando los hechos salen a la luz los diputados republicanos no se escandalizan por los hechos en sí, sino porque se haya producido la filtración. Son los mismos que secundan a Bush para mantener en vigor la llamada ley patriótica, que no es más que un estado de excepción encubierto en el que los americanos quedan privados de muchas de las garantías ciudadanas. Ahora descubrimos que Sadam Hussein no tenía armas químicas, pero quienes sí las tenían eran las tropas americanas y las emplearon sin ningún escrúpulo contra los resistentes en Zaluya; y balas dum-dum, prohibidas por las convenciones internacionales empleó Scotland Yard en el asesinato del pobre brasileño al que confundieron con un terrorista en el metro de Londres.

Es posible que, a pesar de todo esto, nos sintamos con autoridad moral para seguir hablando de la Convención de Ginebra, de crímenes de guerra y de tribunales internacionales. ¿Acaso no hemos retrocedido en la historia? Al menos tengamos el valor de confesarlo.