Estancamiento
del empleo
De los cinco años de gobierno de Aznar, el
único logro cierto ha sido la creación de empleo. De pocas cosas más, con
carácter general, puede el PP vanagloriarse. Las tasas bastante aceptables de crecimiento
económico no han repercutido sobre la mayoría de los ciudadanos. Los
trabajadores apenas se han beneficiado de tal aumento de riqueza, orientado
principalmente a incrementar los desorbitados beneficios de algunas empresas.
En el último año, los salarios han perdido, incluso, poder adquisitivo.
Los ciudadanos tampoco han contado con el
Estado para compensar el injusto reparto del crecimiento. Más bien al
contrario. La política redistributiva ha empeorado. El gasto en protección
social ha pasado de representar el 21,9% del PIB en 1995 al 19,7% en 1999. Y
todo hace suponer que esta tendencia descendente ha continuado a lo largo del
año 2000. A su vez el sistema fiscal se ha hecho mucho más regresivo. Reforma
tras reforma, el Gobierno ha beneficiado a las empresas, a las rentas de
capital y a los contribuyentes de ingresos elevados.
En esa España que va bien, como tanto
gustaba repetir a nuestro Presidente de Gobierno, sólo un dato ha sido
verdaderamente positivo para el conjunto de la sociedad: el empleo. Pero he
aquí, que también en este terreno, algunos gafes, entre los que me encuentro,
hemos estado dispuestos a aguar la fiesta. El significativo descenso en los
niveles de paro ha ido acompañado de valores exiguos - desconocidos en nuestra
economía- de las tasas de productividad, señal inequívoca de la baja calidad
del empleo creado.
La alta precariedad en el empleo, amén de
las duras condiciones laborales, tanto retributivas como de otro tipo, que
impone al trabajador, conlleva el peligro de que tan pronto como cambia el
signo de la coyuntura económica se entra en un proceso acelerado de destrucción
de puestos de trabajo.
No ha sido preciso esperar mucho. Apenas se
han percibido en nuestro país los primeros síntomas de desaceleración
económica, la creación de empleo se ha estancado. En los últimos seis meses no
se han creado puestos de trabajo, es mas el número de éstos se ha reducido en
5000; y si las tasas de paro han disminuido, ha sido tan sólo porque también lo
han hecho las de población activa.
Es cierto que la evolución del empleo tiene
un componente estacional, y que el comportamiento exacto sólo puede medirse con
periodicidad anual, pero no es menos cierto que el estancamiento de esta
variable en dos últimos trimestres resulta ya suficientemente significativo,
tanto más si se analiza su composición.
En los
seis últimos meses, el
empleo masculino ha disminuido en 83.600 personas, mientras que
el femenino se incrementaba en 77.100. Tal
fenómeno no tendría por qué
ser en principio
negativo, si
no fuera porque en la
mayoría de los casos el
empleo femenino creado es de
baja calidad, y a tiempo parcial, con la caída
consiguiente en la renta de
las familias trabajadoras. En el primer trimestre
de este año
mientras el número de ocupados
a tiempo completo
descendía en 50.900, el empleo
a tiempo parcial
se incrementaba en 55.900.
Los contratos
a tiempo parcial
constituyen a menudo una forma
de paro encubierto,
con lo que
el teórico estancamiento del empleo se traduce
en realidad en descenso; y
descenso desde luego hubiese habido a no ser por
la evolución favorable de la
agricultura.
Frente a
estos síntomas alarmantes,
el Gobierno reacciona anunciando
la misma medicina:
más desregulación del mercado laboral. El ministro
Aparicio ha urgido a patronal
y sindicatos para que abran
pronto la mesa
para la reforma
de convenios colectivos, y
existen razones fundadas para sospechar que lo que
se pretende conseguir es la
movilidad geográfica, ya que
sólo un porcentaje
reducido de trabajadores está dispuesto a aceptar un empleo que implique cambio
de domicilio.
¿Hasta
cuándo va a
mantenerse el Gobierno en esta
estrategia? ¿Es posible
precarizar aún más el mercado de
trabajo? Las
condiciones de algunos contratos laborales bordean la esclavitud y hay salarios que serían insuficientes
para garantizar la reproducción de la fuerza
de trabajo.
Si se aceptan,
es sólo contando
con las economías
de escala que
se producen en una economía
doméstica, donde trabaja varios miembros. Hablar en
estas circunstancias de movilidad geográfica
es una clara
utopía, tanto
más si se
tienen en cuenta
las características del mercado de
la vivienda.
Desconocemos aún
la intensidad y extensión del
cambio de coyuntura, pero si
al final se
consolida una verdadera crisis económica, teniendo
en cuenta la
configuración del mercado laboral, podemos prepararnos a ver cómo en
poco tiempo se disparan las
tasas de desempleo.