El discurso del
nuevo Gobierno
No
es que quepa esperar mucho del nuevo Gobierno. Entre otras razones porque
estamos enmarañados en esa trampa que es
Rajoy
ya ha anunciado que va a acometer una nueva reforma laboral. Hoy, como ayer, la
escusa es el alto nivel de paro. Pero los continuos cambios en el mercado de
trabajo para deprimir las condiciones laborales nunca han creado empleo sino
todo lo contrario. El abaratamiento del despido, como es lógico, lo único que
facilita es que las empresas trasladen el coste de la crisis a los
trabajadores, reduciendo la plantilla a la menor dificultad. Se usan dos
argumentos contradictorios entre sí, pero los dos se utilizan para obtener el
mismo resultado, desregular el mercado laboral. Por una parte, se afirma que
más vale un trabajo precario que ninguno. Pero, por otra, que hay que abaratar
el despido para eliminar la dualidad en los empleos. En realidad lo que se
pretende es convertir todos los contratos en precarios, porque para hacer
desaparecer la precariedad, la receta es muy sencilla, solo hay que eliminar, o
al menos limitar legalmente, los contratos temporales.
El
nuevo Gobierno, lo mismo que lo hizo el saliente, sitúa como objetivo número
uno la lucha contra el déficit, pero parece que en ese propósito solo cuenta la
partida de gastos y no la de ingresos, cuando ha sido principalmente la
disminución de estos la que está generando la difícil situación actual de las
finanzas públicas, debido, sí, a la crisis, pero también como consecuencia de
las tres últimas reformas fiscales (dos del PP y una del PSOE) que, si bien en
una primera etapa el fuerte crecimiento permitió que la recaudación se
mantuviera en niveles aceptables, nada más comenzar la desaceleración se
evidenció el daño infligido a la suficiencia del sistema.
Rajoy
–junto al anuncio de duros ajustes en la partida de gastos–
manifiesta su intención de reducciones fiscales a las empresas y a los llamados
“emprendedores” como si ambas líneas de actuación no fuesen contrapuestas. Tal
vez tras esa contradicción se encuentra la creencia ingenua en la efectividad
de la curva de Laffer, es decir, la convicción
taumatúrgica de que la bajada de tipos impositivos y el incremento de los
gastos fiscales no se traduce en una disminución de la recaudación sino que
incluso puede producirse un incremento, teoría peregrina que cosechó el fracaso
más estrepitoso desde el primer momento de su aplicación con el gobierno de
Reagan, y que consiguió que el déficit público de EE UU se disparase durante
sus años de mandato.
La
pretensión de reactivar la actividad económica mediante incentivos fiscales
choca frente al hecho de encontrarnos inmersos en una crisis de demanda. Por
mucho que se reduzcan los impuestos, los empresarios no invertirán, ni crearán
empleo si piensan que no van a poder vender sus productos. Si hay que impulsar
algo es la demanda y el consumo, y en todo caso, del lado de la oferta, el
crédito.
La
forma menos injusta de distribuir el coste de la crisis es acudiendo a los
impuestos y, más concretamente, al Impuesto sobre la Renta de las Personas
Físicas y al de Sociedades. Un incremento bien diseñado de estas figuras
tributarias puede enjugar el déficit y al menos repartir la carga en relación a
la renta y la riqueza de cada ciudadano, puesto que parece imposible que la
asuman en exclusiva los responsables de
El
nuevo presidente del Gobierno repitió insistentemente en la sesión de
investidura que el Impuesto de Sociedades era la figura tributaria que más
había reducido su recaudación. Cierto, pero no solo porque hay menos empresas
que tengan ganancias, sino también porque a las empresas que tienen beneficios
(y muchos beneficios, que también las hay) apenas se las grava, dado el cúmulo
de exenciones y beneficios fiscales, entre otras la libertad de amortización,
con la que se ha rodeado el impuesto. Se calcula que el tipo efectivo está en
el 10%, en lugar del 30% a que asciende el nominal. Así resulta difícil
corregir el déficit. Lo que parece no tenerse en cuenta es que la disminución,
sea por el procedimiento que sea, del Impuesto de Sociedades no ayuda a las
sociedades en crisis, puesto que no tendrán beneficios ni pagaran, por tanto,
el gravamen; al igual que la reducción del IRPF no beneficia a las clases bajas
de la población, que están exentas de declarar.
Al
margen de todo lo anterior, la gran incógnita pendiente hasta ahora de despejar
es saber cuál va a ser la postura del Gobierno Rajoy en Europa. ¿Dará
continuidad a la actitud sumisa de alumno aplicado mantenida por el Gobierno
Zapatero, o más bien estará dispuesto, con toda la prudencia debida, a hacer
frente común con otros países para plantar cara a Merkel
y a su dictadura? Si opta por la primera alternativa, está perdido y puede
pasar a la historia como “Rajoy el breve”.