Agenda
2010
Los líderes de los
partidos socialdemócratas, más bien diríamos social-liberales, eso que ahora
llaman tercera vía, tienen, cuando están en el gobierno, un pequeño problema:
no saben a quién deben guardar fidelidad, si a su propio partido y a las
teorías que han defendido en la oposición o al FMI. Ciertamente no todos son
iguales ni soportan la misma presión. A Lula, por ejemplo, le gustaría, según
dice, hacer otras cosas, pero dados los condicionamientos de su país, el margen
de maniobra se le estrecha, tanto más cuanto más acepte las reglas de juego
neoliberales.
Otros, como Blair o Schröder, parecen sentirse atraídos personalmente por el
nuevo credo y abrazan sin reparo, casi con euforia, los dogmas del
neoliberalismo. Bien es verdad que esto les causa algunas complicaciones en sus
propias formaciones políticas, pero teniendo en cuenta el funcionamiento
dictatorial de los partidos y el ansia de todos por estar en el gobierno, la
crítica se disuelve sin mayor dificultad; y en todo caso siempre está la
oposición para echarles una mano, toda vez que están aplicando su política.
El canciller Schröder
ha presentado de nuevo en rueda de prensa su agenda 2010. El título debe de
hacer referencia a las veces que la ha expuesto, supongo que en esa hipótesis
tan socorrida de que todo aquello reiterado muchas veces termina siendo verdad.
El canciller se escuda en la necesidad de reactivar la economía y, siguiendo
las recetas neoliberales, propone reducir los impuestos y el seguro de
desempleo.
Lo más atrayente del neoliberalismo
económico radica en que no se siente en la obligación de demostrar ninguna
inferencia. Confía exclusivamente en el poder de convicción de aquellos a
quienes benefician las medidas propuestas, y como las medidas suelen beneficiar
a los ricos y poderosos la capacidad de convicción es enorme. Resulta, por
ejemplo, difícil entender por qué la reducción impositiva se va a traducir en
un mayor crecimiento económico. Sólo desde los más toscos modelos keynesianos y
permitiendo desde luego el incremento del déficit público -lo que los
neoliberales de ninguna manera aceptan- puede encontrarse algún fundamento
económico a la teoría.
El neoliberalismo económico, a la hora de
analizar los efectos de sus medidas, prescinde de los costes de oportunidad, es
decir, de los resultados que se obtendrían de aplicar dichos recursos a otras
finalidades alternativas. De esta forma el saldo siempre es positivo. La
reducción de impuestos puede sin duda incrementar el consumo, pero también las
prestaciones del seguro de desempleo, y seguramente en mayor medida dado que
sus beneficiarios tienen una propensión mayor a consumir que los contribuyentes
de rentas altas. Si disminuimos el impuesto sobre la renta pero compensamos el
déficit recaudatorio con una minoración de la prestación del seguro de
desempleo, el impacto sobre el crecimiento económico será en el mejor de los
casos neutral. Lo que ya no será tan neutral será el efecto sobre la
distribución de la renta. Habremos transferido recursos de las clases más
necesitadas a las más acomodadas económicamente. Eso es lo que el
neoliberalismo económico pretende.
La
reducción del seguro de desempleo tiene además otro efecto económico. Deprimir
los salarios y empeorar las condiciones laborales. En mercados de trabajo cada
vez más desregulados y sometidos a la ley de la oferta y la demanda, los
parados sin protección, dispuestos por tanto a aceptar cualquier puesto de
trabajo por precario que sea, actúan como ejército de reserva presionando a los
trabajadores y constituyendo un freno a sus reivindicaciones.