Selectividad a la enésima

No es cierto que se suprima la selectividad. Más bien al contrario, el sistema va a ser más selecto, más clasista. Anda la ministra de Educación, de medio en medio, vendiendo su reforma y ofreciendo como único argumento la evolución demográfica. «Hasta ahora la oferta era inferior a la demanda. Hoy existe una relación distinta, por ello es superflua la prueba de selectividad». Pero algo no cuadra en este argumento cuando, a continuación, se afirma que cada universidad fijará sus propios requisitos. No se elimina la prueba, se descentraliza, se trocea, se multiplica, se enmaraña.

Con esto de las Autonomías ya hemos introducido suficiente caos en la educación como para que todavía continuemos incrementándolo. Porque la cuestión no estriba en prueba sí o prueba no, sino en si se hace de manera centralizada y objetiva o, si se permite que cada universidad, pública o privada, campe por sus respetos; en si es el estudiante el que elige carrera y universidad, de acuerdo con el abanico de posibilidades que le proporcionan los méritos demostrados en un examen transparente y general, o en si, por el contrario, es cada universidad la que selecciona a los estudiantes.

Los nuevos liberales utilizan un curioso concepto de autonomía y de libertad. Libertad para los mercados, para las sociedades, para el capital, para las universidades, pero no para las personas. El dinero, las empresas y las mercancías son libres de moverse sin fronteras ni alambradas; las personas, no. Los mercados se hacen más libres, pero la mayoría de los ciudadanos más esclavos. Y es que el fundamento de la verdadera libertad sólo puede radicar en la igualdad, al menos en la igualdad de oportunidades. Y por mucho que la señora ministra tache de disparate la afirmación, lo cierto es que su reforma va a dañar seriamente la igualdad de oportunidades.

La igualdad de oportunidades se quiebra ya con las universidades privadas. A los hijos de familias adineradas se les abren posibilidades, sean cuales sean sus méritos, que les están negadas al resto. Y la igualdad de oportunidades sucumbirá si además la selección -que no desaparece-, en lugar de hacerse de forma pública y transparente para todo el Estado, se llega a realizar de modo anárquico, dispar y sectario, de acuerdo con las manías e intereses, incluso económicos, de cada universidad.