Subvencionar
los despidos
Este Gobierno nos tiene
acostumbrados al desconcierto. Con frecuencia termina diciendo “Diego”, donde
antes dijo “digo”. Desde luego la política aplicada contra la crisis ha sido un
ejemplo permanente de estas contradicciones. Al tiempo que ponía en marcha
planes fiscales para reactivar la economía, aprobaba y defendía presupuestos
austeros. Recorta los créditos para inversión pública de aquellas
infraestructuras planificadas, mientras canaliza cuantiosos recursos hacia los
Ayuntamientos con la finalidad de que éstos inviertan en obras decididas y
ejecutadas improvisadamente sin que nadie mida su rentabilidad y conveniencia.
Con suma rapidez, pasan de defender
una política keynesiana a convertirse en los apóstoles de la reducción del
déficit público. Por una parte, se oponen a cualquier incremento del gasto
público y realizan ajustes sin el necesario análisis en todas las partidas
presupuestarias; pero, por otra, aprueban múltiples desgravaciones fiscales,
como si la minoración de ingresos no incrementase el déficit público.
El último viraje lo ha dado en el
tema de la indemnización por despido. Durante mucho tiempo, el Gobierno ha
venido manteniendo que el abaratamiento del despido no tenía efecto sobre la
creación de empleo. Afirmaba certeramente que la crisis se había generado en el
mercado financiero y no en el mercado laboral, y se negaba a acometer cualquier
reforma en esa línea. Sin embargo, incomprensiblemente, en los últimos días ha
asumido la tesis de la patronal y presentado en la mesa del diálogo social la
propuesta de un nuevo contrato que, se mire como se mire, supone el
abaratamiento del despido.
No sólo se intenta generalizar la
indemnización de 33 días por año trabajado sino que, además, propone que parte
de esa indemnización se satisfaga con dinero público, de manera que el
empresario únicamente tenga que desembolsar, aproximadamente, 20 días de
salario por año trabajado. Resulta difícil entender cómo —en un momento en que
el número de parados se eleva a cuatro millones y en el que se restringen todos
los gastos públicos— al Gobierno lo único que se le ocurre subvencionar son los
despidos.