Diálogo de Sordos

Llegaron, hablaron y se fueron. Algunos, como Blair, llegaron tarde y se fueron pronto, mostrando así el interés que tienen para los líderes europeos conferencias como ésta.

Hablar, hablaron todos, pero en un diálogo de sordos. Cada loco con su tema. Aznar continuó en su especial campaña antiterrorista, único tema que al parecer le inquieta. La política nacional e internacional comienza y termina en el antiterrorismo. Le preocupa a él y de tanto preocuparle ha obsesionado a los medios y con ellos a la sociedad española, hasta el extremo de que el terrorismo aparece en las encuestas como el problema número uno de los españoles.

El terrorismo también inquieta a los norteamericanos, y desean conocer, sobre todo, lo que Bush sabía antes del 11 de septiembre, y las medidas que se adoptaron o se dejaron de adoptar al efecto, que, a juzgar por los resultados, más bien no se adoptaron o no fueron excesivamente eficaces. Bush, a su vez, se escuda de nuevo, tal como lo hizo entonces, en el patriotismo, se envuelve en la bandera, se esconde acudiendo a las barras y estrellas, a la mano en el pecho, a Dios y al eje del mal.

Los líderes latinoamericanos piensan que más cornás da el hambre y al margen de Colombia --que, aprovechando el tirón y la colaboración de Aznar, ha pretendido meter en el saco terrorista a las FARC-- el resto prefiere centrar la atención en el tema económico. Sangran por esa herida, la desigual relación de intercambio. Seguimos cambiándoles los espejitos por el oro y la plata. Les exigimos que abran totalmente los mercados, pero mantenemos los nuestros tan cerrados como nos convenga.

Entre las innumerables hipocresías que dominan hoy el mundo económico, ninguna como la defensa a ultranza de la teoría del libre cambio. Son muchos los que proclaman sus excelencias, pero siempre para que la apliquen los demás. En realidad, seriamente nadie cree en ella. Su fundamento resulta bastante simple. Establece que la mejor política en el campo del comercio internacional es la de la absoluta libertad, evitando cualquier tipo de restricciones gubernamentales. Deriva de la división del trabajo. Cada país debe especializarse en la producción de aquellos artículos para los que está mejor preparado, aquellos en cuya fabricación tiene ventaja con respecto a otros países (ventaja absoluta).

Pero la teoría del libre cambio no termina aquí, pretende contestar a la objeción de qué le ocurre a un país que en la fabricación de cualquier artículo siempre tiene enfrente a otros países que lo producen en condiciones más ventajosas. La respuesta es la reafirmación de su validez aun en este caso. Tal economía debería especializarse en aquellos productos en cuya fabricación cuenta con ventajas, no respecto a otros Estados, sino respecto a otros productos (ventaja comparativa). La conclusión final es que para un país lo más beneficioso es mantener sus mercados abiertos sea cual sea la postura que adopten sus competidores.

Excepto algún fanático especulativo, es evidente que nadie se toma en serio esta teoría. Todo el mundo habla de las excelencias del libre cambio, pero lo practican únicamente en la medida que les interesa conseguir que sus vecinos se desarmen comercialmente. Lo malo del proteccionismo –ha dicho alguien- es que genera proteccionismo, prueba evidente de que la teoría no funciona. La OMC es un toma y daca. Tú me das, y yo te doy. Bien es cierto que no todos dan y reciben en la misma medida. Hay Estados que pueden permitirse, y de hecho se permiten, hacer lo que quieran. Estados Unidos se encuentra a la cabeza de los defensores de la teoría del libre cambio, pero ello no le impide adoptar medidas proteccionistas cuando le conviene, caso del acero o de la agricultura; en Europa, a pesar de mostrarse ardientes librecambistas, amenazan con represalias comerciales. Y unos y otros mantienen cerrados sus mercados al tercer mundo en aquellos productos que les interesa.

La teoría del libre cambio no funciona. En el orden internacional sólo funciona el toma y daca, el mercado en su acepción más darvinista. El pez grande se come al chico. América Latina es el pez chico y sus mercados se ven colonizados por los norteamericanos y europeos sin que sus productos pueden penetrar en los mercados de éstos, y en aquellos casos en que se les permite, con una relación de intercambio tan desigual que implica condenarles a la pobreza.

En la Conferencia de Madrid nada se ha arreglado, nada se podía arreglar, estas cumbres están para la verborrea y el lenguaje grandilocuente, pero no para solucionar los problemas. Diálogo de sordos.