La
Iglesia retorna a la política
¡Cada cosa que hay que oír! El portavoz de la
Conferencia Episcopal, el jesuita Juan Antonio Martínez
Camino, justificó la presencia de los obispos en la manifestación del sábado
pasado por ser “una situación única en la historia de la
Humanidad... algo que nunca ha ocurrido en la
Iglesia en 2000 años de existencia”. Ahí es nada. Hasta ahora,
de los jesuitas se podían decir muchas cosas, menos que fueran tontos. Todo
cambia. De la historia de la
Iglesia mejor es no hablar, pero en cualquier caso no dejan de
ser patéticas las declaraciones de Martínez Camino. Claro que en su verbo
fluido y empalagoso no se limitó a ellas, sino que nos vino a decir que la
depravación del matrimonio gay no surge de ir contra la fe sino de oponerse a
la razón.
¿Cómo saber lo que va contra la razón? La
razón es histórica, que diría Ortega, y lo que en una época parece como
irracional, en otra tiene total explicación. Pero es que, además, si en algún
ámbito se aceptan realidades, hechos y aseveraciones que se oponen y
contradicen a la razón, ese es el religioso. Locura para los gentiles. Habrá
que recordar las múltiples ocasiones en que la
Iglesia a lo largo de esos 2000 años de existencia, que
monseñor Camino cita, ha ido en contra de la razón y de la ciencia. ¿Acaso
hemos olvidado a Galileo? Sánchez Albornoz, en su obra “España, un enigma
histórico”, relata una anécdota bastante elocuente. A Felipe III (espero no
equivocarme de rey) se le propuso canalizar el Tajo. Su católica majestad
nombró una comisión de teólogos para que dictaminase el proyecto. Este fue
negativo y su argumentación, muy simple: si Dios hubiese querido que estuviese
canalizado lo hubiese creado así. Realizar tal proyecto significaría cambiar el
curso natural de las cosas y modificar la obra de Dios. El Tajo no se canalizó.
Lo malo no es que en el siglo XVII se
actuase de forma tan mítica e irracional, sino que argumentos parecidos se
continúen empleando en la
actualidad. La Encíclica Humanae Vitae emplea un razonamiento idéntico para oponerse al control de
la natalidad y en la manifestación del pasado sábado se ha podido escuchar que
la homosexualidad va contra la
naturaleza. La Iglesia,
hoy en día, continúa manteniendo aptitudes y principios que chocan contra los
valores modernos de libertad, democracia e igualdad. Su estructura jerárquica y
de mando es profundamente antidemocrática y la mujer sufre en su organización
una enorme discriminación. Pero a todo ello poco tendríamos que objetar desde
una sociedad plural y tolerante si la
Iglesia se mantuviese en sus coordenadas de asociación privada
y de libre afiliación. El problema surge cuando, añorando tiempos antiguos,
pretende imponer antidemocráticamente sus esquemas reaccionarios a toda la
sociedad.
La Iglesia, desde luego la española, pero
parece que también la de Roma,
está retomando en los últimos tiempos actitudes y posturas que creíamos
superadas. El poder alcanzado dentro de ella por el Opus Dei, los legionarios
de Cristo y alguna que otra organización de ultra derecha la está conduciendo
de nuevo al nacional catolicismo y al ultramontanismo. Los obispos españoles, o
al menos una buena parte de ellos, han decidido jugar a política. Están en su
derecho. Pero no pueden quejarse después de las consecuencias. Cuando uno actúa
de forma militante, cuando toma partido, parte, divide, se enfrenta al resto y,
lógicamente, provoca la reacción contraria.
El histórico anticlericalismo español tiene
en buen medida su origen en la postura adoptada por la jerarquía eclesiástica
de intervenir en política con las posiciones más reaccionarias, apoyando el
absolutismo, el caciquismo y los golpes de Estado. Parece que ahora retorna a
una actitud militante similar infiltrándose en el PP, para desgracia de este
partido, identificándose con su parte más retrógrada y convirtiendo su emisora
en portavoz de las teorías más rancias, y en defensora del racismo y la
xenofobia. Es difícil no hacer responsable a los obispos de
las atrocidades y patochadas que se lanzan desde la radio cuya propiedad
ostenta.