Mentalidad
mágica
En este tinglado que
se ha montado alrededor del 11-M ha hecho aparición con fuerza la cuestión de
la atención a las víctimas. Es posible que la
Administración no haya funcionado con tanta diligencia como
hubiera sido deseable. Hay que reconocer, sin embargo, que el problema tampoco
es sencillo. Supongo que la mayor dificultad radica en identificar
adecuadamente a los damnificados. No se puede ignorar que incluso en estas
situaciones trágicas la picaresca está presente y siempre hay quien se muestra
dispuesto a aprovecharse del dolor ajeno. Como en el juego de las siete y
media, los servicios competentes se encuentran en la disyuntiva de quedarse
cortos o pasarse, es decir, o bien reconocer como víctima a la que no lo es o
bien marear con miles de requisitos a los que ya están bastante abrumados por
los acontecimientos traumáticos sufridos.
Nada que objetar,
por tanto, a que el Gobierno movilice los medios necesarios para agilizar en lo
posible los trámites y prestar ayuda a los afectados. Lo criticable aparece
cuando, presa de una mentalidad mágica, se cree o quiere hacer creer que la
solución radica en constituir un nuevo órgano administrativo y poner al frente
a una persona de renombre. La creación del Alto Comisionado y el nombramiento
del Rector de la Carlos III
para tal puesto puede ser una medida adecuada de cara a la galería, pero
totalmente inútil desde el punto de vista de la
eficacia. Tan inútil como lo fue la creación de una figura
similar para tratar de solucionar los problemas derivados del hundimiento del Prestige. Curiosamente, tanto el PP como el PSOE cuando
están en el poder recurren a idénticas
fórmulas. No se entiende, pues, por qué el PP se irrita ahora tanto por el
nombramiento de Peces Barba.
De lo que ningún
gobierno parece percatarse es de que para implementar su política en cualquier
área únicamente dispone de dos instrumentos, el ordenamiento jurídico y la
Administración , y me atrevería a decir que en orden de
importancia esta última es la primera, porque de nada sirven las normas si
después se aplican deficientemente. No obstante, el correcto funcionamiento de la
Administración no suele encontrarse entre las prioridades
políticas de los gobiernos, y si lo está es en todo caso como mero enunciado
teórico pero sin prestar demasiada atención a la gestión del día a día. Por eso
cuando los problemas adquieren dimensiones públicas y políticas se acude a
soluciones mágicas como la de crear un Alto Comisionado, tan alto, tan alto,
que nada va a solucionar.
Quizás la primera
condición para que la
Administración funcionase sería disolver el Ministerio para
las Administraciones Públicas. Aunque suene extraño, el factor que desde hace
años más obstaculiza y distorsiona el funcionamiento de la
Administración es el control sobre todo el personal que
pretende mantener este Ministerio. El excesivo intervencionismo y centralismo,
la burocracia y los retrasos en materia de recursos humanos y puestos de
trabajo convierte en una carrera de obstáculos la actividad de cualquier servicio
administrativo. Ante la escasez de funcionarios y la demora en cubrir las
vacantes por traslado, los ministerios acaban por externalizar los servicios,
es decir, por contratar hasta las labores más propias de la función pública a
empresas privadas. El coste es más elevado, la capacidad de control más
reducida y la posibilidad de corrupción más alta. Pero todo sea a mayor gloria
del MAP.
Buen ejemplo de lo
que venimos afirmando es la creación del Ministerio de la
Vivienda. Ejemplo , sí, de mentalidad
mágica, porque ingenuamente alguien pensó que un problema tan enorme como éste
podría solucionarse con un simple cambio de estructura administrativa; pero
ejemplo también de que el MAP puede dejar sin ningún efecto los acuerdos más
prioritarios del Gobierno. Nueve meses después de que el Ejecutivo decidiese su
creación aún no está elaborada la relación de puestos de trabajo, con lo que
malamente se puede nombrar a los funcionarios. Nos encontramos pues ante un
ministerio fantasma: una ministra, un decreto y la antigua dirección general
que se ocupaba de esta materia en el Ministerio de Fomento.
Habrá que
preguntarse por qué a todos los titulares de la función pública les da por
innovar en lugar de dedicarse a lograr que su ministerio funcione. Todos
quieren descubrir el Mediterráneo o el tipo único del IRPF, que para el caso es
lo mismo. Que si una ley de agencias, que si códigos de conducta llenos
únicamente de buenas voluntades, que si la evaluación de las políticas
públicas... Quizás la primera política pública que habría que evaluar es cómo
se puede tardar nueve meses en hacer una relación de puestos de trabajo o un
año en convocar un concurso de traslado.