El
peligro del déficit exterior
Causan risa los esfuerzos en que se debaten algunos economistas en su
afán de pronosticar para los próximos años la marcha de la economía. Más
hilaridad provoca, si cabe, la seriedad con que ejercen su cometido. Disfrutan
de una ventaja, que la memoria social es débil y que al cabo de un año o más,
cuando se conozcan las cifras ahora previstas, ya nadie se acordará de los
errores cometidos, y si se acuerdan siempre podrán justificar la desviación
recurriendo a una causa imprevista. Pero ¿acaso no se supone que eso es lo que
precisamente pretendían hacer, prever las posibles causas que diesen lugar a
esa posible evolución? En materia de profecías deberíamos ser más cautos y
aceptar que tal vez lo único viable es destacar de las actuales circunstancias
aquellas favorables para el futuro y aquellas que introducen riesgos e
incertidumbres.
El día 23 de abril
de 2004, cuando todo el mundo se esforzaba en señalar la excelente herencia que
el gobierno socialista recibía del PP, me atreví a señalar en el diario El
Mundo –entonces aún podía escribir en ese periódico– que el modelo de
crecimiento seguido introducía riesgos evidentes de cara al futuro que, antes o
después, era previsible que estallasen. Entre ellos destacaban y de forma
principal dos, en cierta forma interconectados y que hoy se comienzan a
reconocer, en mayor medida es verdad desde las filas del Partido Popular con la
finalidad de desprestigiar la actuación del nuevo gobierno: el déficit exterior
y el endeudamiento de las familias. Lo cierto es que en este año y medio apenas
ha cambiado el modelo económico, por lo que cabe predicar de él los mismos
logros e idénticos riesgos y lacras.
En economía, la gran
mayoría de las veces los fenómenos están interrelacionados, de forma que no es
lícito pronunciarse sobre uno de ellos por separado sin hacerlo sobre los demás
que o bien son su causa o su consecuencia. El crecimiento económico español de
los últimos años, y el déficit exterior y el endeudamiento de las familias son
el reverso y el anverso de la misma moneda. Resulta contradictorio
vanagloriarse del primero y no reconocer el coste que representan los dos últimos; igual de
contradictorio que criticar fuertemente éstos sin caer en la cuenta de que en
ellos se han fundamentado los satisfactorios aumentos del PIB en la última
época.
Nuestro
crecimiento económico está siendo en buena medida un crecimiento a crédito,
basado en el endeudamiento de las familias y, como consecuencia, financiado por
préstamos del extranjero. Como todo endeudamiento, puede tener efectos
positivos si es coyuntural y se utiliza para generar en el futuro recursos con
los que enfrentar el endeudamiento pasado. Un país o una nación en cierto modo
se comporta como cualquier agente económico. Puede
endeudarse con tal de que se mantenga en límites controlados y ello sirva para
incentivar el crecimiento futuro.
Es curioso que los
gacetilleros de la economía anatematicen el déficit público y no obstante
contemplen sin ninguna preocupación el endeudamiento de las familias, cuando
desde el punto de vista macroeconómico tienen efectos similares. En ambos casos
son dos los aspectos a considerar. El primero es que se traslada el problema al
futuro. El desahorro y el endeudamiento no pueden ser permanentes y antes o
después tendrá que producirse el ajuste. Por ejemplo, en una sociedad en que
las familias consumen más que lo que ingresan llegará un momento en que el
consumo no podrá sostenerse y, por lo tanto, se generará una situación
restrictiva, a no ser que otros sectores asuman el relevo y sean capaces de
tirar de la economía.
En segundo lugar,
existe un problema de solvencia. Tanto el endeudamiento de las familias como el
déficit público impactan negativamente en el sector exterior incrementando su
déficit y, en consecuencia, debilitando el tipo de cambio de la moneda en
cuestión. La depreciación será inevitable, pero con ella en cierto sentido se
retornará al equilibrio. En el caso de España, como en el de cualquier país que
pertenezca a
Se acaba de conocer el déficit exterior por cuenta corriente del primer
semestre. De continuar en el segundo la misma trayectoria, estaríamos hablando
de un nivel por encima del 7% del PIB. Porcentaje elevadísimo, superior incluso
al de Estados Unidos y desconocido en nuestro país a pesar de contar con una
larga tradición en desequilibrios
exteriores. Sin duda ha habido factores que han venido a agravar la situación
en los últimos tiempos tales como la fuerte elevación de los precios del
petróleo o la atonía en el crecimiento europeo. Es posible que estos problemas
terminen, pero en el fondo persiste otro más radical y al que no se ve solución
fácil: la pérdida de competitividad de nuestra economía debida al diferencial
de inflación con los países europeos sin que pueda compensarse ya mediante
variaciones en el tipo de cambio.