¿Y si nos
saliésemos del euro? (II)
Nos
preguntábamos al final del artículo de la semana pasada si no habría llegado el
momento de explorar otro escenario alternativo a
De
hecho, antes de la creación del euro, Europa había hecho ya dos intentos de
integración monetaria. El primero, a principio de los setenta, fue
El
6 de diciembre de 1996 en un artículo en el diario El Mundo transcribí un
grafico ilustrativo en el que se representaba en los treinta años anteriores la
evolución de los tipos de cambio de los principales países que iban a componer
Los
continuos realineamientos producidos en las cotizaciones de las divisas durante
todos esos años indicaban tan solo una necesidad, la de adaptarse a las
distintas circunstancias económicas de los países, entre las que se encuentran
las tasas de inflación. Los defensores del euro aducían que todas esas
diferencias desaparecerían tan pronto como se crease la UM, ya que esta, según
ellos, forzaría la convergencia, al menos nominal, entre las variables
económicas. Los años transcurridos desde la creación del euro han desmentido
estas apreciaciones. Las tasas de inflación entre los países miembros han sido
divergentes. España, al igual que otra serie de naciones, ha ido acumulando año
tras año diferenciales en el nivel de precios con respecto a Alemania y
perdiendo competitividad frente a ella y frente a otra serie de países, por el
único motivo de no poder modificar el tipo de cambio. Tales desviaciones se
traducen inmediatamente en cuantiosos déficits en las balanzas de pago, con el
consiguiente endeudamiento exterior y, en contrapartida, un notable superávit
en la balanza por cuenta corriente de Alemania.
Algunas
naciones, entre las que se encuentra España, llegaron a alcanzar en 2008 un
déficit en la balanza por cuenta corriente de alrededor del 10% del PIB. En
nuestro país, el sector exterior ha sido siempre un factor de estrangulamiento
de la actividad económica y del crecimiento, por lo que ha resultado preciso
realinear cada cierto tiempo el tipo de cambio consiguiendo así que nuestra
economía volviese a ser competitiva en el mercado exterior. La última vez, a
principio de los noventa con cuatro devaluaciones sucesivas que fueron las que
permitieron salir de la crisis.
Algunos,
principalmente desde la esfera académica, sitúan como alternativa a la
devaluación monetaria, de cara a recuperar la competitividad perdida, la
deflación salarial. Sin duda, este último procedimiento es mucho más injusto
puesto que hace recaer todo el peso del ajuste sobre los trabajadores y,
además, de forma muy desigual; pero es que encima es muy dudoso que pueda
funcionar. En primer lugar, porque tanto salarios como precios son resistentes
a la baja y aunque las retribuciones de los trabajadores se reduzcan como
efecto de la crisis, tal como está ocurriendo, resulta altamente improbable que
puedan absorber una minoración tan elevada como la que representaría una
devaluación de
Es cierto
que en estos últimos años el déficit exterior se ha corregido de forma
significativa, del 10 al 4%, lo que representa sin duda un cambio
cuantitativamente muy importante, aun cuando el 4% siga siendo un nivel muy
elevado, como indica el hecho de que el 3%, porcentaje al que ascendía esta
variable a principio de los noventa, nos pareciese entonces insostenible y
debía de serlo cuando forzó cuatro devaluaciones.
Con
todo, lo más grave es que esta sustancial reducción del déficit exterior tiene
como principal, si no como única, causa el estancamiento económico. Son la
atonía y el débil pulso de la demanda interna los que, de un lado, fuerzan a
los empresarios a salir a los mercados exteriores intensificando las
exportaciones y, de otro y quizá lo más importante, a que las importaciones se
reduzcan drásticamente. Pero bastará el mínimo atisbo de recuperación de la
economía para que de nuevo se dispare el déficit de la balanza de pagos y el
sector exterior actúe una vez más como estrangulador del crecimiento económico.
Por
lo que se ve, la única alternativa a la devaluación pasa por el estancamiento
de la actividad, cuando no por una permanente recesión, por niveles de
desempleo inasumibles a medio plazo, caída de la
recaudación fiscal, incremento del déficit público, especulación contra la
deuda, reducción de salarios y destrucción progresiva de lo poco que queda del
Estado de bienestar. ¿Constituye este panorama una verdadera alternativa?
Hay
quien señala los inconvenientes que presentan las devaluaciones. Qué duda cabe
que, como todas las medicinas, son amargas, pero totalmente necesarias llegado
a cierto punto de