El impuesto sobre la gasolina

Me vienen a la mente todas aquellas familias con ingresos más bien bajos, y que recibieron con júbilo la última rebaja del IRPF. Diez mil, veinte mil, treinta mil pesetas son siempre bienvenidas; pero como algunos anunciamos, haciendo de Casandra, la reforma fiscal ha sido para la gran mayoría de los ciudadanos un caramelo envenenado. No han tardado en pasarnos la factura y ya han anunciado que van a incrementar el gravamen sobre las gasolinas.

La reforma del IRPF, como es lógico al ser éste un impuesto directo y progresivo, no redujo la tributación de todas las familias en el mismo grado, la reducción fue tanto mayor cuanto mayor era la renta que se poseía. Mientras que el 1% de los contribuyentes, aquellos con renta por encima de los 11 millones (menos de 150.000), se repartían 110.000 millones de pesetas, esta misma cantidad fue la que se distribuyó entre el 56% de los contribuyentes, los de menores ingresos (cerca de 7 millones). En el primer colectivo, la minoración media del gravamen fue casi de un millón de pesetas; en el segundo, por el contrario, no llego a 16.000.

La rebaja en los impuestos nunca es gratuita, o se reducen los servicios públicos o se incrementan otros gravámenes. Y esto último es lo que hacen cuando nos anuncian la creación de un nuevo impuesto sobre los carburantes. En realidad se trata de sustituir la imposición directa que, mejor o peor, se adapta a la capacidad de pago de los contribuyentes, por la indirecta, que grava a todos por igual sea cual sea el nivel económico y la renta que se disfrute.

El nuevo tributo pretende parapetarse tras dos coartadas: la necesaria mejora de los servicios sanitarios y la corresponsabilidad fiscal de las autonomías.

La pretensión de conceder un carácter finalista a algunos impuestos, amén de contradecir los principios correctos de la hacienda pública, constituye la mayoría de las veces un engañabobos. En un presupuesto como el del Estado, la totalidad de los gastos financia la totalidad de los ingresos, sin que pueda establecerse una correspondencia unívoca entre unos y otros. ¿Con qué impuesto se financian los gastos militares? ¿Con el IRPF, con el de sociedades, con el IVA,...? Imposible saberlo.

Con el establecimiento de este nuevo impuesto no se garantiza en absoluto que se incremente el gasto público dedicado a sanidad o que mejoren los servicios sanitarios. El presupuesto de la sanidad pública para el año que viene es de 4,5 billones de pesetas. Siempre se podrá afirmar que a esta finalidad se han destinado los 150.000 millones de la recaudación del nuevo impuesto sin verse obligado por ello a incrementar las dotaciones presupuestarias. La sanidad sirve tan sólo de pretexto para que el rechazo de los contribuyentes sea menor.

La segunda falacia reside en recurrir a la corresponsabilidad fiscal de las autonomías. Más bien se trata de todo lo contrario. Si las distintas Comunidades Autónomas necesitan y creen conveniente generar más recursos para financiar una mejor asistencia sanitaria, no precisan crear un nuevo impuesto generalizado. Cada una de ellas, en solitario, puede utilizar su capacidad normativa para incrementar la carga en los tributos transferidos. Eso es corresponsabilidad fiscal. Pero precisamente eso es lo que las autonomías no quieren, por ello acuden al Estado, para que con carácter general se fije el gravamen, y el coste político recaiga principalmente en la Administración Central.

Nadie duda que se necesitan más recursos para la sanidad; para la sanidad y para el resto de los gastos sociales. No en vano la proporción de éstos sobre el PIB en nuestro país es seis puntos inferior a la media europea. De ahí que por fuerza haya que condenar la última reforma fiscal del IRPF y las sucesivas modificaciones que se han ido produciendo en este impuesto y en el de sociedades con la finalidad de quitar, o al menos reducir, el gravamen sobre los beneficios empresariales y sobre el capital, tanto más cuanto que al poco tiempo se propone incrementar los impuestos indirectos, con la excusa de las necesidades sanitarias.