A por los
funcionarios
El plan de ajuste del Gobierno ha
recibido una reprobación generalizada. No obstante, entre todas las medidas,
hay una cuyo rechazo es bastante menor. Se trata del recorte que se va a
practicar en el sueldo de los empleados públicos. Este comportamiento proviene
de un cuadro axiológico, fomentado por los poderes económicos, mediáticos, y
también políticos que denigra todo lo público y, por ende, a los funcionarios.
Se esgrime toda una panoplia de aseveraciones al efecto. Por ejemplo, se hace
hincapié en el privilegio que comporta que mantengan una estabilidad en el
empleo de la que otros trabajadores carecen. Sin embargo, los empleados
públicos no son los únicos que gozan de tal situación. Existen otros muchos
colectivos que disfrutan de una seguridad similar en su relación laboral.
Además, deberíamos quejarnos no de que haya trabajadores que tengan garantizado
su puesto de trabajo sino de que otros muchos no lo tengan.
Por otra parte, la estabilidad de
los funcionarios redunda, sí, en su beneficio, pero también, e incluso en mayor
medida, en el de los propios administrados. ¿Podemos imaginar el grado de
sectarismo y arbitrariedad que reinaría en la función pública si los
funcionarios pudiesen perder el empleo a capricho de los gobernantes de turno?
La independencia y neutralidad con la que debe actuar la Administración exige
que el nombramiento y la remoción de los empleados públicos no dependan de la
arbitrariedad de los políticos.
Acababa de morir Franco, cuando
coincidí, a lo largo de seis meses, con funcionarios de distintos países
latinoamericanos, en un curso en el Fondo Monetario Internacional. Pude
comprobar cómo el puesto de trabajo de muchos de ellos dependía, al menos
entonces, de la benevolencia de los gobernantes. Era llamativo el contraste
entre las administraciones de estos países y
Es cierto que una cosa es la
estabilidad en el empleo y otra muy distinta
La campaña de desprestigio contra
la función pública viene desde hace mucho tiempo dando sus frutos. Por una
parte, al restringir el número de empleados públicos. A pesar del proceso
autonómico que multiplica absurdamente algunos servicios, en nuestro país el
porcentaje de funcionarios en relación a la población potencialmente activa es
de los más reducidos de Europa, y tan sólo supera al de Portugal. Por otra
parte, en el nivel retributivo, también de los más bajos de
Las consecuencias son evidentes.
Primero, la descapitalización en recursos humanos del sector público. La fuga
de personal una vez formado hacia el sector privado resulta claramente
antieconómica para el Estado. Segundo, la carencia de recursos humanos se
compensa con la externalización de los servicios con un coste mayor y con
menores cotas de control y de garantías para los administrados.
Las medidas de ajuste aprobadas
recientemente van, sin duda, a empeorar este escenario, tanto por lo que se
refiere a la congelación de la oferta pública de empleo, que incrementará aún
más la escasez de medios de la Administración, como por el brutal recorte
retributivo que forzará en mayor proporción el éxodo al sector privado de los
colectivos más cualificados y provocará el desánimo y la indolencia en toda la
función publica. La desmoralización generalizada se va a adueñar de un espacio
laboral donde es imprescindible la motivación.
Guiados por la campaña de
desprestigio orquestada en contra de los empleados públicos, muchos ciudadanos
pueden pensar que las disposiciones aprobadas por el Gobierno no les afectan,
incluso habrá quien se alegre de ellas, pero lo cierto es que se va a resentir
gravemente el funcionamiento de la Administración y de los servicios públicos y
eso, desde luego, nos concierne a todos, principalmente a las clases bajas que
no cuentan con recursos para acudir al sector privado.