Objetivo
terrorista
Si quieren podemos continuar lanzando condenas y
bramando contra la barbarie del terrorismo islámico, podemos retornar una y
otra vez a discursear sobre la sinrazón del fundamentalismo. Podemos vomitar
todo clase de calificativos: bestias, alimañas, cafres, sanguinarios, salvajes,
monstruos... Lo que Uds. Quieran, y después qué. Quizás nos habremos
desahogado, habremos dado rienda suelta a nuestra indignación e ira y hasta
incluso, en campaña electoral, logremos mover los aspectos más instintivos y
pulsionales de las masas forzando algunas adhesiones, pero no habremos dado ni
un paso para entender ni para solucionar el problema.
Es evidente
que el fundamentalismo islámico como todo fundamentalismo, religioso o no,
tiene mucho de irracional, pero también resulta incontestable que algún caldo
de cultivo debe haber en las sociedades islámicas para que prenda con tanta
fuerza. Bush, -con la mayoría de la sociedad americana que le
aplaude- puede seguir hablando del “eje del mal”, pero para
muchos millones de musulmanes el mal se encarna en él y en los norteamericanos;
para muchos millones de árabes ellos son los terroristas.
Debemos
reconocer que el mundo islámico no tiene muchas razones para apreciar a los
occidentales. Durante años los consideramos menores de edad y mantuvimos
sistemas coloniales humillantes y depredadores. Llegada la independencia, las
grandes potencias, especialmente EEUU, no renunciaron a seguir tutelando a los
distintos Estados y propiciaron en la mayoría de ellos regímenes tiránicos y
corruptos, pero dóciles a los intereses occidentales. La creación del Estado de
Israel y la cobertura que se le ha prestado para actuar de forma cruel e
injusta frente a los palestinos, ha sido otra variable generadora de
resentimiento y odio.
Bush afirma
querer combatir el terrorismo pero en realidad lo está potenciando y
exacerbando. Cuando se es una gran potencia -quizás hoy la única gran potencia- se puede actuar despóticamente en el plano
internacional e imponer a todos su ley, -eso sí, que no nos hablen de ética, ni de dioses- pero las arbitrariedades cometidas siempre terminan
teniendo un coste. Los pueblos no suelen someterse pacíficamente. Israel, por
su superioridad armamentística puede masacrar a poblaciones palestinas, pero así
difícilmente va a terminar con el terrorismo. Mas bien
lo estimula.
Resultaba
patente que la guerra de Irak lejos de reducir el terrorismo iba a incrementar
el odio contra los americanos y a multiplicar el número de fanáticos dispuestos
a inmolarse en la “guerra santa”. La violencia engendra violencia, y pocas
contiendas como esta habrán estado tan carentes de justificación. Esa gran
amenaza para el mundo -con la que investían al
régimen de Sadam- se ha desmoronado sin apenas resistencia, dejando
bien a las claras, lo que todos ya sabíamos que el peligro sólo era efectivo
para su pueblo y que todo lo demás era pura propaganda americana. Ni armas de
destrucción masiva, ni armas químicas, ni biológicas, ni nada de nada. Las únicas armas de destrucción masiva han
sido las empleadas por el ejército estadounidense.
Cabían
pocas dudas de que la prepotencia, el desprecio a las vidas y propiedades
iraquíes, el descaro con el que se ha destruido un país para apoderarse de su
petróleo, tenían por fuerza que fomentar el terrorismo y que, antes o después,
éste aparecería con sus secuelas fatales. Hoy los ciudadanos americanos están
más en peligro que antes de la guerra y existe un riesgo mayor a que sean
objeto de agresiones en todas las partes del mundo. Los atentados de Riad y de
Casablanca son tan sólo el anuncio de lo que se avecina. Los objetivos fueron
perfectamente diseñados. Dos países con regímenes despóticos y que pasan por
ser estrechos colaboradores de EE.UU., y en lugares representativos de
gobiernos o países significados en la guerra.
Mal se entiende la postura del gobierno español, no
ya desde la óptica de la ética o del respeto a los derechos humanos, sino
incluso desde el oportunismo político. No constituía ningún secreto que lo
único que nuestro país podía obtener del apoyo tan rotundo a esta guerra, amén
quizás de algún que otro negocio para ciertos empresarios, era el triste honor
de ocupar un puesto destacado en los objetivos del terrorismo islámico. No se
precisa tener intereses electorales como el PSOE para relacionar los atentados
de Casablanca con la invasión de Irak.
La asociación es inmediata. Para España, lo de ser Imperio terminó hace
muchos años, y no hay cosa más peligrosa que jugar a gran potencia sin serlo.
De las aventuras coloniales siempre hemos salido escaldados, y me temo que este
furor proyanki que ha adoptado nuestro
gobierno únicamente puede traernos complicaciones.