Echar a Alemania

El jefe de los economistas del grupo parlamentario alemán “Die Linke” (“La izquierda”) ha propuesto como única solución a la crisis que los países del Sur de Europa expulsen a Alemania de la Unión Monetaria. No le falta razón. Si bien no supone una solución total, al menos sí constituiría una salida a corto plazo, y concedería tiempo suficiente a los países de la Eurozona para recuperarse y plantear de forma sosegada el tránsito a las monedas nacionales.

La salida de Alemania de la Unión Monetaria y la vuelta al marco implicaría de inmediato la revalorización de esta moneda frente al euro o, lo que es lo mismo, la depreciación del euro frente al marco. Ni los más acérrimos defensores de la UM niegan esta predicción, pero de lo que no se dan cuenta es de que con ello se da como cierta la situación artificial en que se encuentra ahora la Eurozona en la que el euro (alemán) actúa como camisa de fuerza que impide que los tipos de cambio se sitúen en una posición de equilibrio.

Sin la dictadura alemana, el BCE podría realizar una política mucho más expansiva, de modo que el euro no solo se depreciaría frente al marco, sino también frente a las otras monedas, desde el dólar al Yuan pasando por la libra, el real brasileño, la rupia, el rublo, el Yen, el peso mexicano, etc. Con ello se trataría únicamente de deshacer la revalorización que la moneda europea ha sufrido en los años pasados frente al resto de las monedas, y con ello, también los países del Sur de Europa ganarían la competitividad perdida además de frente a Alemania, frente a los demás países sin necesidad de someter a sus poblaciones a duros ajustes o a reducciones salariales y sin tener que desmantelar el Estado social o los servicios públicos.

Los países del Sur de Europa podrían equilibrar sus balanzas de pagos sin verse obligados a deprimir la demanda interna, lo que  haría posible una progresiva reactivación de la economía sin que el sector exterior estrangulase el crecimiento. Alemania, a su vez, perdería la ventaja comparativa que tramposamente mantiene en la actualidad mediante el corsé de la Unión Monetaria, y desaparecería el injustificable superávit que presenta de forma permanente en su balanza de pagos; y para mantener la actividad económica y el crecimiento no tendría más remedio que incentivar su demanda interna, lo que influiría beneficiosamente en las balanzas de pagos y en la economía de los demás países de Europa.

El encarecimiento que en países como España se produciría en el precio del petróleo y en el de otras materias importadas debería considerarse tan solo como la desaparición de una relación ficticia entre precios exteriores e interiores creada por el mantenimiento artificial de un tipo de cambio falso. Sin duda, el precio de la gasolina y de otros productos subiría, pero para todos los ciudadanos y no solo para aquellos que ven reducido su salario o se encuentran en el paro, quienes,  además de perder poder adquisitivo frente a los artículos importados, lo pierden también respecto al coste general de la vida.

Los préstamos dejarán de estar nominados en una moneda que no se controla (el euro actual) para estarlo en una moneda (el euro sin Alemania) que se podría empezar a controlar. La apreciación del marco representaría la aceptación obligatoria por parte de los bancos alemanes de una quita implícita, pero no por eso menos real, de todos los créditos nominados en euros. Al mismo tiempo, la reactivación económica con la consiguiente disminución del déficit fiscal y el equilibrio en la balanza de pagos alejaría para los países del Sur el peligro de que el endeudamiento exterior continúe creciendo.

La salida de Alemania no despejaría, por supuesto, todos los nubarrones de la Eurozona ni eliminaría las contradicciones de cara al futuro. Seguramente a medio plazo tampoco sería sostenible que Francia, Italia, España, Grecia y Portugal tuviesen el mismo tipo de cambio, ni es previsible que se quisiese avanzar en la constitución de una hacienda pública europea, pero al menos a corto plazo concedería  un respiro a la mayoría de las economías de la Eurozona y quizá ofreciese una plataforma para que los países que permaneciesen en la Unión Monetaria comenzasen a diseñar de forma sosegada un camino para deshacer aquello que nunca debió haberse hecho.