El copago sanitario

Palabro horroroso pero que se ha puesto de moda, o al menos algunos así lo desean. En este mundo impregnado de neoliberalismo económico, las ofensivas antisociales comienzan siempre de la misma forma. Primero, desde algún estamento oficial se lanza la posibilidad de la reforma y, a continuación, los cañones mediáticos, tan divididos en otras materias, pero uniformes cuando se trata de defender los postulados del pensamiento único, actúan a destajo; poco a poco, la opinión pública se va acostumbrando a aquello que en un principio había rechazado unánimemente; entonces es el momento de implantar la medida. Bien entendido que el proceso no es continuo, la resistencia social suele ser considerable y necesita tiempo para ablandarse. Los temas se hacen aparecer durante un periodo, se tantea al personal, y vuelven a la nevera para sacarlos tiempo después.

La pasada semana hemos sufrido una inmersión en materia de copago sanitario. Primero desde el Gobierno central se lanzó la idea de que las distintas Autonomías gocen de libertad para adoptarlo y casi inmediatamente después desde Cataluña se anuncia que se está estudiando establecerlo.

Dos son los aspectos a considerar: uno de fondo, otro previo. El previo consiste en preguntarse si una cuestión de tal envergadura puede dejarse al albur de las distintas Comunidades Autónomas. Es decir, si el Gobierno central puede lavarse las manos en este tema. No parece que haber transferido la competencia en materia sanitaria a las Comunidades Autónomas haya sido una de las mejores decisiones del PP, pero una vez realizada, resultan imprescindibles al menos unos patrones comunes a las que todas ellas tengan que adaptarse. La corresponsabilidad de los entes autonómicos no debería ser pretexto para romper la ineludible uniformidad territorial en lo relativo a asistencia sanitaria.

Después está el fondo. La primera cuestión a recordar es que el copago se estableció hace tiempo -excepto los jubilados, todos los españoles pagamos un porcentaje elevado de las medicinas. Ahora se pretende extenderlo a otras prestaciones. Se afirma que se trata de algo testimonial, un euro; pero lo cierto es que también en las medicinas se comenzó diciendo que era algo testimonial y ya se ve dónde estamos.

Las razones que se exponen para defenderlo, como ocurre siempre cuando se trata de medidas antisociales, no se sustentan; y no se sustentan porque se oculta la auténtica razón, conseguir que parte de la sanidad se financie vía precios en lugar de con impuestos, objetivo excelente para las rentas altas pero desastroso para los ciudadanos con escasos ingresos.

Hablan de que todo lo gratuito tiene una demanda infinita y con una sofisticación lingüística denominan al copago ticket moderador. ¿Moderador de qué? Presentan a una sociedad ávida de consumir servicios sanitarios. En su discurso parece que todos estamos deseosos de que nos operen de apendicitis, nos den diálisis o nos escayolen una pierna. Puede haber ciertamente algunos hipocondríacos, dispuestos siempre a ser auscultados, pero sin duda serán la excepción, eso sin tener en cuenta que en la mayoría de los servicios sanitarios no es el paciente quien determina la demanda sino los facultativos, y se supone que en función de las necesidades reales.

Existe, además, una contradicción en el mismo concepto de ticket moderador. Si la cantidad es reducida, no modera nada; y si, por el contrario, es elevada se corre el peligro de que ciertamente se modere, pero no el consumo abusivo sino el necesario. Porque los precios, cuando son significativos, determinan la demanda, pero lo hacen en función de la capacidad económica del consumidor. La demanda de los ciudadanos con rentas altas no se reducirá por inútil que sea; sin embargo, en muchos casos los de rentas bajas tenderán a renunciar a servicios por muy imprescindibles que éstos sean.