Hospitales
privados
Lo menos que se les
puede exigir a los gobernantes es que no nos tomen por tontos. El señor Lamela
nos quiere convencer de que sus hospitales de concesión privada son más económicos
y mejores que los públicos, lo cual resulta bastante improbable aunque sea
simplemente porque algún beneficio tendrán las empresas concesionarias y porque
las condiciones con las que estas obtienen la financiación son, lógicamente,
bastante peores que las que pueda conseguir el Estado.
El señor Lamela, al
igual que Gallardón un poco antes, ha descubierto el Mediterráneo. Gallardón
creyó que podía hacer infraestructuras sin incrementar el déficit, e inventó –o
copió que para el caso es igual– el peaje en la sombra para las autopistas.
Lamela y Esperanza Aguirre quieren construir hospitales y al mismo tiempo
vocear que cumplen la ley de estabilidad presupuestaria, y para ello importan
de Gran Bretaña para los nuevas instalaciones hospitalarias el llamado “sistema
de financiación privada” (PFI en sus siglas en inglés), una mezcla de gestión
privada y pública. Se otorgan concesiones a empresas privadas, en general
constructoras, que se encargan de construir, financiar y mantener los
hospitales, mientras que
Ambos procedimientos
son fruto tan solo de la picaresca generada tras el pacto de estabilidad,
mediante los cuales las distintas Administraciones Públicas de los diferentes
países intentan eludir la obligación de mantener el déficit en una determinada
cifra. Con ello lo único que se consigue es demostrar que, si bien todos hablan
de la estabilidad presupuestaria, ninguno cree verdaderamente en ella, porque
les importan muy poco los efectos, perniciosos o no, del déficit público.
Tienen de él únicamente una concepción taumatúrgica o formal; poseídos de un
cierto nominalismo, se agarran a la definición –fruto de una mera convención– y
se olvidan de la realidad a la que teóricamente representan.
Diga lo que diga
Bruselas (a la hora de definir la necesidad o capacidad de financiación del
sector público), el efecto sobre la economía de construir hospitales es
exactamente el mismo, bien se haga por el sistema clásico mediante la emisión
de deuda pública o bien a través del PFI. No me refiero ahora a si sale o no
más económico, sino a ese efecto perverso que, según afirman los partidarios de
la estabilidad presupuestaria, tiene todo déficit público.
Construya quien
construya los nuevos hospitales, serán o no serán inflacionarios de la misma
forma y van a detraer del sistema los mismos recursos que, como es natural, no
podrán emplearse en otras finalidades. Será bueno o malo según la tabla de
valores y el ideario político que se profese: mantequilla o cañones. En ambos
casos, será el Estado el que asuma su coste. En el primer supuesto, mediante
las amortizaciones anuales que cancelarán el endeudamiento; y en el segundo,
mediante las cuotas, también anuales, que habrá de pagar a las concesionarias
en las que se incluirán, amén de sus beneficios, las amortizaciones de los
préstamos que hayan solicitado éstas al sistema financiero.
Pero la construcción
de los hospitales por el sistema PFI puede tener otra finalidad y es el lucro
de las empresas privadas cuya contrapartida será un mayor coste para el sector
público. Al menos, tal como se ha apuntado con anterioridad, porque la
financiación será más cara y algo, mucho, tendrán que ganar las concesionarias.
La iniciativa privada ha descubierto el chollo que representa la mezcla de lo
público y lo privado; El riesgo se haya ausente y la rentabilidad suele ser muy
elevada.
La pretensión de que
la iniciativa privada es más eficaz carece de toda lógica. Esa teórica eficacia
se traduce exclusivamente en mayores beneficios que suelen repercutir en la
calidad del servicio, lo que se hace tremendamente peligroso en un sector como
el sanitario. La experiencia de Gran Bretaña es ilustrativa al efecto. La
sanidad pública británica (NHS) fue la envidia de toda Europa; la reforma de Thatcher y las posteriores, adoptando la gestión privada de
los hospitales o sistemas de administración como el PFI, la han sumido en un
estado lamentable.
Resulta
extremadamente curioso que los que –al parecer– suponen retrasos y despilfarro
en la construcción de hospitales mediante el sistema clásico, estimando, por
tanto, que